Sunday 27 December 2015

A Christmas Story

Es bien sabido que uno de los grandes dramas de la sociedad Occidental es pasar las navidades lejos de casa y sola. Casi equiparable a un orfanato incendiándose. O Nickelback sacando un nuevo disco.

Ya que considero mucho más entrañable celebrar mi inminente 30 cumpleaños con mi familia y mis amigos que las navidades, decidí, por segundo año consecutivo, que estas festivas fechas las pasaría de nuevo en California. Así que el plan era pasar las fiestas viendo Netflix compulsivamente y bebiendo craft beer y ya en febrero ir a movelo a Europa.
Pero parece ser que mi planazo de Netflix + alcohol suena muy deprimente cuando lo digo en alto, y cuando se lo conté a mi ex–compañero de piso y su novia, lo consideraron inaceptable, y en medio suspiro tenía en mis manos una invitación de lo más atractiva para pasar las navidades con sus respectivas familias y con ellos en Merced, un pueblo de algo más de 80000 habitantes al norte del estado y que yo sólo conocía de oídas por ellos y porque en Sons of Anarchy mencionaban su clínica abortista. Más tarde también supe que en el 2000 hubo un tipo extraño que asesinó a los niños de una familia, desnudo y armado con un chisme de labranza.

Así que el 23 de diciembre nos montamos en el coche con equipaje digno de una película de Paco Martínez Soria (aunque yo llevaba una bolsa sólo). Diez horazas que tardamos en completar un viaje en carretera que normalmente lleva seis horas. Y todo por LA y su maldito tráfico causado por sus conductores haciéndose selfies compulsivamente.

En el momento en que pisé Merced hice principalmente tres cosas: comer pasas cubiertas de chocolate delante de la chimenea, beber cerveza y leer el libro de turno. Puro bienestar.
Me explicaron, muy elocuentemente, que en Merced solo hay tres cosas que hacer: crafts (o manualidades, pero que suena menos guay), sexo o meth (fumar metanfetamina, se entiende. Todavía no entiendo muy bien por qué en Europa esto no es tan popular como en USA donde es más típico que les marañueles en Candás, con lo bien que se nos da seguir el ejemplo anglosajón en su peor vertiente). Sí, estaba en los auténticos Estados Unidos de America y me encantaba. De las consabidas tres opciones (crafts, sexo y meth), por las circunstancias y la relación que nos unía, lo único factible y no destructivo, emocionalmente hablando, eran las crafts, lo que significó que mi amiga las hacía y yo miraba mientras comía pasas cubiertas de chocolate delante de la chimenea y bebía cerveza.

Creeréis que la cena de Nochebuena fue un atracón de pavo y todas esas cosas que se comen en Thanksgiving. Pero no. Cenamos en casa de mi amigo y ex–compañero de piso comida china. Mi manía por no comer mamíferos ni aves redujo considerablemente mis opciones nutricionales, lo cual no importó demasiado porque me llené de pasas cubiertas de chocolate y cerveza. Mi amigo y ex–compañero de piso tiene una familia infinita (quizás no tan infinita, pero a partir de tres hermanos otorgo el adjetivo “infinito” a cualquier núcleo familiar) y muy dinámica. Acabé la noche bebiendo chupitos de algo que se llamaba Tuaca (o similar, cuyo origen alcohólico aún desconozco) y Fireball (que creo que es whiskey) con su hermano pequeño de ventitantos años (el cual acabó ofreciéndose amablemente a casarse conmigo en caso de necesitarlo en un futuro sin visas de trabajo) y el marido de su madre.

Mesa del desayuno de Navidad, momentos previos a que se llenase de café, huevos hechos de tres formas diferentes, patatas, bacon, pork chops, mermelada y mucha mantequilla.

A la mañana siguiente tocaba abrir los regalos como dicta la costumbre. Cuál fue mi sorpresa al descubrir que estas adorables, amables y presbiterianas familias habían hecho hueco en sus listas de navidad para comprarme regalos y “hacerme sentir como en casa”. Puedo aseguraros que abriendo los regalos, mientras desayunábamos cafés con Bayleys (para más tarde tomar huevos, patatas y fruta, dando paso a las pasas cubiertas de chocolate delante de la chimenea y la cerveza de después) me hizo sentir casi como en casa.  Me pasé todo el día tirada en el sofá, con las pasas, la cerveza, mi libro, los envoltorios de todos los regalos, charlando con mis amigos y manteniendo interesantes conversaciones sobre neurociencia, sobre la legalización de la marihuana, sobre Donald Trump, sobre energía renovable, sobre el régimen nazi… según me iba cruzando con la gente por la casa (su hermano, sus abuelos, sus padres…). Tan pedante como puede sonar todo, no me aburrí ni un segundo. Y si alguna vez estuve a punto, las pasas cubiertas de chocolate y la cerveza lo diluyeron. Tengo que decir que eché de menos alguna conversación de mierda (literalmente, sobre heces) como es costumbre en mi casa. Quiero pensar que es algo que internacionalmente se da en todas las familias el hablar de mierda, pero que quizás esta vez se cortaron al tener a una outsider (yo) a la mesa. Si ellos supieran… El día acabó con toda la familia reunida viendo la típica película navideña A Christmas Story con el pequeño Ralphie como protagonista (la película era del repertorio americano equivalente a Cine de Barrio). Yo no pude evitar quedarme un poco dormida, despertándome a ratos con las risas de los abuelos.

Navidades en familia, no la mía, y en un pueblo, no el mío. Pero muy entrañable aunque no hubiera turrón, ni polvorones, ni pitu caleya, ni langostinos. Joder, USA mola y no todos son votantes de Trump o meth-heads.

En serio.

Conozcan antes de emitir juicios de valor.


Elen

Sunday 6 December 2015

Música y tofurky

Lo más interesante que ha ocurrido en noviembre se reduce a dos eventos: Acción de Gracias y el festival de música San Diego Music Thing. No en ese orden.

Una de las grandes ventajas de tener mi trabajo es que a nadie le importa qué horas trabaje. Si quisiera ir al laboratorio de 8pm a 5am todos los días y trabajar en pijama, nadie se enfadaría siempre y cuando siguiera mostrando resultados (puede que me ganase alguna sugerencia de terapia, pero quién sabe). Así que me tomé libre la mañana de un jueves para ir a ayudar a vender los pases de 3 días y en general, registrar a todos los conferenciantes y bandas que tocaban en el festival aquel día. La mañana se pasó muy rápido conversando con los otros voluntarios: una estudiante de music business de 19 años,  un señor que trabaja en ensayos clínicos y un chaval artesano del cuero que había vivido en Alaska (no sé por qué nadie es feliz allí). Un grupo variado con una conversación interesante sobre vinilos y el movimiento maker (algo así como el DIY con la meta de reconectarnos con el mundo, en lugar de tanta pamplina de social network y demás lacras modernas). Hablamos de más cosas, pero no recuerdo mucho. Porque por allí apareció Martin Atkins, un inglesón que quizás os suene por su banda, Pigface, que tiene junto a John Lydon (nombre por el que se conoce a Johnny Rotten, sí, el de los Sex Pistols, desde que anuncia mantequilla). 

Johnny Rotten. Nevermind the butter.
Estuve charlando con él sobre la sesión de grabación que había tenido la noche anterior con, cómo no, gente de The Locust. El tipo hablaba con mucha pasión aunque por el simple hecho de ser británico ya me tenía ganada. Desafortunadamente, no pude quedarme a su charla sobre cómo girar de manera rentable y efectiva con tu banda porque tuve que ir a hacer acto de presencia en mi trabajo, ese en el que sí me pagan. Al día siguiente volví para asistir a la conferencia del cantante de Bad Religion y profesor de Evolución de UCLA, Greg Graffin. Como no había mucha gente, tuve la oportunidad de hablar con él, más de ciencia que de música, aunque parezca mentira. Me informó de que mi doctorado en Bioquímica me abriría muchas más puertas que el doctorado en Zoología que él tiene… Os puedo asegurar que cuando alguien con una posición de profesor en una notoria universidad que además resulta ser el cantante de uno de los grupos de punk-rock más famosos del mundo, te dice que tu educación te llevará más lejos que a él, una no puede evitar mostrarse un tanto escéptica.
A lo largo de los tres días de festival vi a todas las bandas que pude, incluyendo a Yo La Tengo, una banda que todo el mundo debería ver, independientemente de que te guste o no su música. Salí de ese concierto con una sensación de tranquila felicidad, como si hubiera hecho yoga puesta de ansiolíticos. También vi un par de bandas en una iglesia reformada que ahora sirve de sala de conciertos (a dos bloques de mi humilde hogar).



El otro evento clave de cada noviembre es el Thanksgiving, no tan musical (aunque tuve que escuchar discos dignos del hilo musical de Starbucks) y con mucha más comida que el San Diego Music Thing. Esta vez volvió a ser similar al del año pasado. Acción de Gracias español el día propio de Thanksgiving, es decir, con compañía originaria de la madre patria. El segundo Thanksgiving (Friendsgiving) propiamente americano, con americanos, con cosas americanas y que terminó, en lugar de jugando a juegos de mesa políticamente incorrectos como el año pasado, viendo películas de Jackie Chan (fun fact: la película estaba doblada al inglés pero con acento chino. En España eso no lo hacían, verdad?). Mi alergia a los gatos me impidió hacer la tradicional sobremesa de 9 horas y tuve que irme después de 5, cuando ya empezaba a notar que respirar se hacía más difícil y los anti-histamínicos no funcionaban. Este Thanksgiving aprendí que el tofurky no es tan malo como suena.

Jacki Chan en su éxito de 1978, Drunken Master.
Se presenta un diciembre prometedor: pasaré la Nochebuena y Navidad en Merced, un pueblo de la California profunda (para que os hagáis una idea) cuya referencia televisiva es la mención en Sons of Anarchy debido a la clínica abortista que se encuentra allí. También voy a tener que volver a visitar a Patty y Selma en el DMV para conseguir una copia de mi carnet de conducir, no sin antes pasar por el Departamento de Policía para denunciar la pérdida del mismo. Y en caso de recuperar mi driver's license antes del 2016, quizás la Nochevieja la pase en la carretera. Sabéis lo que me gusta "Las Colinas tienen Ojos" y no se me ocurre mejor manera de despedir un surrealista 2015 que atravesando el desierto en coche.


No sé qué debería asustarme más. 

xx
Elen

Sunday 8 November 2015

Full-blown San Diegan

Hay una check list no escrita con una serie de requisitos indispensables que tienes que cumplir, si no en su totalidad, en su mayoría, en caso de residir en San Diego temporal, permanente o inconscientemente. Puedes sobrevivir con mayor o menor éxito si no cumples, al menos, dos cosas de la lista, pero creedme cuando os digo que vuestras conversaciones en diferentes situaciones sociales no profesionales se verán reducidas a 5 minutos mezclados con silencios que a la gente le resultan incómodos. Yo he aprendido a sacarle partido a esos momentos, y me quedo mirando fijamente a mi interlocutor hasta que se siente desnudo y se marcha.
Esos requisitos los he enumerado y ordenado subjetivamente por orden de importancia para vuestra comodidad.

1.    Tienes que hacer surf. O al menos probarlo. Comprarte el neopreno, la tabla, quedarte flotando un rato entre las olas, volver como buenamente puedas a la orilla y tirarte el rollo con que casi has conseguido montar una ola. UNCHECK. La mayoría de los que se autodenominan surferos son meros wannabes, y yo no soy una nadadora excepcional. Además le tengo miedo a las olas y a las libélulas (que aquí no tienen nada que ver, pero es que nunca sé cuando pueden aparecer, y no quiero que me pille encima de una tabla luchando contra el océano).

2.   Tienes que hacer yoga. O meditación. No necesariamente en un estudio de yoga. Puedes comprarte un yoga mat en donde sea y hacerlo en tu salón. CHECK. Nunca le he pillado el punto al yoga porque siempre se me quedaban los pies fríos, pero aquí ese problema no lo tengo. Sin embargo, sigo yendo a las clases gratuitas de yoga que nos ofrecen en el trabajo y no porque sean gratis, si no porque las imparte una mujer oriunda de la ya disuelta Checoslovaquia, que se tira pedos sin pudor en estiramientos complicados y habla de cosas tan aleatorias que a veces dudo de si estoy despierta escuchándola o en algún tipo de trance inducido por LSD.

3.   Tienes que seguir alguna dieta absurda cuya lógica no entiendes al 100%, pero suena guay. Vegetariano, vegano, gluten-free, paleolítica,… SEMI-CHECK. Llevo sin comer carne desde febrero. Pero como pescado. El término “molón” es pescatariano. A mí me suena tan idiota como “amigovio” así que me limito a comer sin tener que explicarle a todo el mundo, a todas horas, mi dieta. A no ser que alguien se ofrezca a cocinar, en cuyo caso he de comunicar mi relativamente reciente adaptación al pescatarianismo con la simple y a veces equívoca frase “I don’t eat meat”.

4.   Tienes que estar apuntado al gym. Y tienes que ir. No como en España, que somos muy de apadrinar los gimnasios. CHECK. Además, es una forma bastante efectiva de conocer gente, y tengo que decir que he conocido a gente realmente simpática. El problema es que también he conocido gente que era normal y como neurocientífica asumo que el exceso de endorfinas ha atrofiado algún área cerebral dejándoles sin capacidad para conversar de otra cosa que no sean las pulgadas (recordad que aquí usan el sistema de medidas absurdo que también utilizan en lugares como UK y Narnia) que han perdido de contorno de cintura y cadera, el porcentaje de grasa de su culo, o el número de comidas que hacen al día. Me recuerda un poco a cuando éramos pequeños y hablábamos del estado de nuestro tamagochis. También es muy importante que, si tienes Instagram (o Facebook en su defecto), subas fotos de tu “antes” (cuando eras un tragaldabas adicto a los Happy Meals y las cookies) y el “después” (con los abdominales marcaos porque estás metiendo más tripa que Ana Obregón en sus posados de verano).

5.   Tienen que gustarte las brewery. SUPER-CHECK. Y qué es una brewery? Pues es un bar con cierto complejo de superioridad donde hacen su propia cerveza y cuyos menús de cerveza a veces son tan intimidantes que te hacen desear estar de vuelta en Casa Manolo bebiendo una Mahou y comiendo aceitunas revenidas. Solo por la simplicidad de no tener que elegir. Pero soy una gran fan de las brewery y de toda la cultura cervecil que se mueve en San Diego. No sabría ni por cuál decidirme, pero no me importaría que esparcieran mis cenizas en cualquiera de ellas.

6.   Si no tienes pareja, tienes que sumergirte en el frenético mundo del dating. CHECK, aunque mejor hubiera invertido el tiempo en el punto anterior. Dicen que San Diego es el peor lugar para tener citas (sí, aquí se utiliza mucho este concepto, como si siguiéramos en los 90 y viviéramos en un capítulo de Sensación de Vivir). Aquí la gente tiene déficit de atención, y como mínimo tienen 2 o 3 citas a la semana con diferentes personas. La mayoría de las veces no recordarán con quién salieron el martes pasado. Y claro, como neurocientífica asumo que eso a la larga tiene que producir daños cerebrales.

7.   Tienes que odiar LA. CHECK, CHECK,  CHECK. Pero con esto no me extiendo, porque creo que ya ha quedado bastante patente.

Hay otra serie de requisitos que no estoy segura de si son tan comunes como los que he enumerado o son solo relevantes en los círculos en los que me muevo (los cuales, no os voy a mentir, tampoco estoy muy segura de cuáles son ni de a dónde me llevan). Yo por si acaso me he hecho amiga de surfers, de skaters, de músicos, de fotógrafos, de trabajadores del gobierno, de instructores de gym, de profes de yoga, de propietarios de coffee shops, de trabajadores de breweries, de organizadores de conciertos y pregunto muchos detalles a esos amigos que tienen más de dos citas a la semana. Así, mantengo todos los frentes cubiertos, por lo que pueda pasar. I’m in the loop.

Aunque recordemos que esto será de lo primero que se hunda cuando los polos acaben de derretirse. Así que poco va a importar nada.

Como neurocientífica, os envío muchos abrazos. Y un poco de amor.

Elen

Sunday 25 October 2015

Ser turista y sobrevivir

Cuando una persona se va de viaje a algún sitio, en el momento en el que se monta en el avión (o cualquiera que sea el medio de transporte elegido para llegar a su destino) se convierte en turista y por tanto, sufre la pérdida automática de todo vestigio de dignidad humana.
Yo, incluida. Y eso que hago grandes esfuerzos para parecer local. Camino por la calle con decisión como si supiera a dónde me dirijo (lo cual provoca grandes pérdidas de tiempo tratando de volver al camino correcto), a veces incluso saludo a los viandantes y los llamo por sus nombres de pila (que me invento). Es un problema que tengo. Odio ser turista.

Pero así me he pasado las dos últimas semanas. Siendo turista en mi ciudad y en algún otro sitio. Y como soy una hater, voy a empezar hablando del sitio más despreciable del mundo (con perdón de Las Vegas): Los Angeles. También porque, cronológicamente, comencé por aquí en el tour californiano que les brindé a mis padres los cuales vinieron a visitarme y hacerme croquetas.

Tuve que ser, por tercera vez, turista en LA. No todo en LA es malo, hay ciertas áreas que no dan tanta cascancia, pero Hollywood es uno de los sitios más decepcionantes del universo. Un fin de semana entero me quedé allí, y una vez más, sobreviví. La ventaja de esta ocasión es que estuve en un hotel de esos en los que las estrellas de cine van a suicidarse de sobredosis de barbitúricos en la bañera. De hecho, el hotel estaba justo detrás del teatro Dolby (anteriormente conocido como Kodak), que debería sonaros porque es donde se celebran los Oscar (ya sabéis, esa ceremonia a la que Jennifer Lawrence va a tirarse al suelo). Estábamos en una habitación en la planta 14, con grandes ventanales desde donde podía divisarse la gran senal de Hollywood, pero no escupir a los viandantes ya que dichos ventanales no se abrían.

Hollywood
No puedo destacar nada de Hollywood, porque nada es destacable. El suelo está pegajoso (asumo que del sudor de los cientos de miles de turistas que deben de pasar por allí cada mes), la calle está repleta de tipos que ofrecen tours en buses para ver las casas de las celebrities y chorradas similares, de muchas estrellas con nombres de personas (y cosas) famosas (las cuales, no te engañes, no conoces ni el 20%) y de gente que hace performances no sé exactamente con qué fin (están contratados por la sociedad de comerciantes del Paseo de la Fama para mantener a los turistas boquiabiertos y patidifusos y por tanto más fáciles de engañar?, son wannabes que esperan ser descubiertos por agentes que pasean por Hollywood en su tiempo libre?, lo hacen por amor al arte y a las propinas de los viandantes?). Esta vez no interaccioné con casi ninguno (quizás ya estoy consiguiendo el look de local que tanto ansío) pero sí que le di una potente y satisfactoria palmada en el culo a un muchacho que iba vestido del doctor Frank N Furter (The Rocky Horror Picture Show). Que conste que me lo pidió él.

Consejo (de esos que sé que nunca nadie seguirá): si alguna vez venís al sur de California y tenéis que elegir entre ver LA o visitar cualquier otro sitio (cualquiera, incluso Barstow), elegid el otro. LA no merece la pena. Hollywood os decepcionará y hundirá vuestros sueños y quizás cojáis alguna infección de piel (en el mejor de los casos). Y nunca, NUNCA, vayáis a Malibu.

Mis padres, sin embargo, que son gente sencilla de provincia, naturales de la cuenca minera, que gustan de cenar pizzas de 50cm de diámetro y desafiar a los agentes de la ley, disfrutaron de LA. De LA y de todo lo demás que vino después.

La siguiente parada fuera de San Diego fue el Grand Canyon. Pero sinceramente, ni voy a describirlo ni voy a subir fotos. Porque cualquier cosa que os diga, os enseñe u os trate de describir, no le va a hacer justicia. Es algo que hay que ver en directo.

Había muchos turistas con problemas de movilidad (ya fuera por obesidad o por otras razones desconocidas) que se desenvolvían maravillosamente. Da igual lo vago o inmóvil que seas, serás transportado de un punto a otro sin problema. Porque aquí los parques naturales están preparados para que no tengas que esforzarte. Aquí es bastante fácil observar esa pérdida de dignidad automática de los turistas al intentar hacer la foto más original. Asumo que muchas muertes absurdas habrán presenciado el Grand Canyon y las ardillas que por aquí retozan. Además me di cuenta de que los turistas, no sólo pierden la dignidad, sino también el sentido del civismo, cuando vi basura tirada por las esquinas de los caminos (botellas de agua, paquetes de plástico, bolsas de patatas fritas…). Y el problema es que en un sitio como en el Grand Canyon no puedo disimular. Todos pertenecemos a la subespecie turista, aunque personalmente conserve mi civismo.

Ardillita jugando con la mierda que los turistas desaprensivos dejan tirada por ahí.

Consejo: si alguna vez aterrizáis cerca del Grand Canyon, haced lo posible para visitarlo. Merecen la pena todas las horas que haya que conducir desde donde sea.


Chardonnay post-City Lights Books.
Otra de las paradas que hicimos fue San Francisco. Era mi segunda vez. San Francisco me gusta. Aunque sólo sea por el barrio de North Beach, donde se encuentra la librería City Lights, fundada por el poeta Lawrence Ferlinghetti, el cual fue juzgado en su día por obscenidad al publicar la obra Howl de Allen Ginsberg. Si te gusta la literatura beatnik y toda aquella movida que se coció en San Francisco en los 50, este es un punto obligado. Si sabes leer seguramente también lo disfrutes. Ambas visitas a San Francisco han tenido como condición esencial pasar por esta librería, comprar libros y terminar en el café Vesuvio comentando la jugada (three glasses of Chardonnay, please, thank you), punto donde tipos como Jack Kerouac venían a tomarse el carajillo. Como no soy Tripadvisor no voy a mencionar el resto de enclaves turísticos que visitamos. Si os mencionaré que un señor muy raro con camisa de cuadros y un iPhone 5 nos estuvo siguiendo durante más de 1 milla en Market Street. Tan poco discreto era el caballero que cuando me paré a contemplar una pared, se paró a mi lado mirando fijamente el mismo punto vacío. Intenté despistarlo haciéndolo creer que cruzaba la calle en una dirección para, en el último segundo, salir corriendo en la dirección contraria. Al final a quien casi perdí fue a mis padres. El hombre acabó desistiendo tras media hora de persecución lenta y absurda, pero no sin acojonar a mi madre con relativo éxito.

Consejo: si vais a San Francisco, haced lo que queráis. Todo mola. Y haced como mi madre, id agarrados a un bolso lo suficientemente pesado como para knockear a cualquier raruno que os persiga por la calle, llegado el caso.

El resto de la visita consistió en un exhaustivo recorrido de todos los barrios de San Diego, de hacer comer a mis padres en los sitios más buenos que he conocido en este tiempo que llevo aquí, presentarles a algunos amigos autóctonos (y no tan autóctonos) para que me pusieran en evidencia (la venganza llegará algún día) y llevar a mi madre al outlet a que se volviera loca y se sumergiera de lleno en este nuestro sistema capitalista. También me los llevé a visitar a la tribu del desierto que debió inspirar Las Colinas Tienen Ojos, en SalvationMountain (que consiste en una pila de heno sobre tierra, llena de colorines y dedicada a Dios, al arrepentimiento y a los plastidecor).

Al fondo, la familia de mineros mutantes de Las Colinas Tienen Ojos.

Salvation Mountain.
Consejo: si alguna vez venís a San Diego, me pegáis un toque. Quizás intente disuadiros de la idea de visitarme porque a pesar de todo, odio hacer de guía turística tanto como odio ser turista. Pero siempre os ofreceré un sofá donde caeros muertos y un café calientito para desayunar. Aunque el resto del tiempo me lo pase gritándoos “guarda ese mapa que pareces turista!”

Luv

Elen

Thursday 17 September 2015

Con la ciencia a otra parte

Llevo años haciendo trabajo voluntario en museos y festivales de ciencia, intentando explicarles a los chiquillos (y a algún que otro progenitor, ya sea curioso o cargante) qué es la ciencia, por qué trabajamos en ella y qué estamos intentando conseguir. En cierto modo, un ejercicio de marketing (quizás ellos sean los futuros filántropos que donen 25 millones de dólares).

Hoy, por primera vez, he ido a una escuela, a las afueras de San Diego, concretamente en Oceanside, a enseñar a tres clases de diferentes edades (desde los 10 a los 14 años) a extraer ADN del germen del trigo. El típico experimento que todo hijo de vecino ha hecho, increíblemente simple pero suficientemente interesante para que se salga del aburrimiento normal que inspiran las clases de todos los días cuando estás en el cole. En el mio no, claro. No hacíamos cosas tan guays.
Lo gracioso fue cuando me dijeron, 30 minutos antes de ponernos en marcha, que el colegio era católico y privado. Bueno, bien, no íbamos a hablar de evolución así que no sentí la amenaza de la hoguera. Porque sí, amigos, lo primero que vi al llegar fue un póster sobre “the story of creation” (la historia de la creación) en el aula de al lado. Yo misma, que pasé unos trece años en una escuela católica, recuerdo el día en el que la hermana (por monja, no por colega del gueto) que nos enseñaba ciencia, nos preguntó quién creía en la evolución y quién en la creación. El 95% de la clase, haciendo gala de nuestro instinto de supervivencia y para evitar futuras represalias por parte de la santa inquisición, optamos por la creación. Suck it, Darwin. Un par de osados, haciendo gala de su sentido común, optaron por la opción correcta. Su vida, después de eso, no se volvió más fácil en la clase de ciencia*.

Volviendo al tema que me ocupa. Me lo pasé chachipirulas con los guajes de la escuela, incluyendo al hijo de un gallego de A Coruña que tenía mucho interés por saber de qué parte de Asturias era yo. Es infinitamente más satisfactorio explicarle a un pre-púber qué es una célula vegetal que intentar que un estudiante universitario entienda de qué le hablas cuando le explicas un clonaje mientras él pone cara de Cletus.



Sin embargo, el problema vino cuando, hablando con la maestra, llegué a la conclusión de que si alguna vez tengo churumbeles quizás la opción más beneficiosa sea educarlos en casa o, mejor aún, soltarlos en la calle y que aprendan de la vida y del libre albedrío (esta última opción me dejaría mucho más tiempo libre). Esta maestra, a la cual no juzgo ni pongo en duda sus habilidades como educadora en materia de ciencia (los niños parecían recordar cosas como el nombre de los descubridores del ADN, aunque obviando, como siempre, la contribución de Rosalind Franklin,a la cual la historia le atribuye el verdadero descubrimiento de dicho hito histórico-científico), me dejó un poco perpleja con varios comentarios.

Cito:

“Tengo entendido que hay bullying en la clase, pero no me doy mucha cuenta. El grupo de chicas que se sentaba allí, las llaman mean girls**. Pero lo bueno de esta escuela es que si te pasas, te echan, así que todo el mundo tiene que fingir que se lleva bien mientras está aquí”
“Sí, en California somos muy simpáticos. Pero también falsos, tienes que tener cuidado con quién te juntas. Sobre todo tú, si es que estás sola”.
“Es mucho mejor andar por La Jolla, Oceanside***,… Hillcrest y North Park… La gente que vive ahí tiene más dinero, están más educados, serán más simpáticos contigo”.

No me tomé ninguno de los comentarios como algo personal. Pero lo que extraje de la conversación (de la cual hui en cuanto pude, haciendo un moonwalk) es que lo importante es aparentar. Mejor que los niños finjan estar bien en la escuela y que se lleven sus rencillas afuera, donde no tienen la mediación de ningún adulto sensato (que tampoco es que abunden a lo loco en ningún sitio del mundo). Y lo de que los ricos son más simpáticos… es algo a lo que aún no le encuentro ni pies ni cabeza, porque además creo que es simplemente mentira (generalizando malamente, como la maestra hizo). Yo, en mi mundo de la piruleta, creía que la simpatía no venía asociada a la cuenta corriente.
El caso es que salí de allí pensando que seguramente aquella maestra y yo nunca fuésemos a tomar un café juntas (aunque le dedico mi admiración por lidiar con esos chiquillos cada día), pero lo que más me preocupa es pensar que quizás esos niños, pobres mentes maleables, están siendo educados en todas esas ideas, consciente o inconscientemente. Me alegré de no tener que enfrentarme a tal responsabilidad todos los días (un saludo a todos los maestros que conozco).

Al final, lo de la creación no me pareció ni tan grave.

Os dejo con la imagen de un surfero al atardecer en Scripps Pier, que siempre está bien

Elen

*Reitero mi interés en volver a mi antigua escuela como antigua alumna y dar una charla. Aunque sea sobre el Toro de la Vega.
**Como la peli de Lindsay Lohan, que en España se tradujo como “chicas malas”.
***Barrios de bien de San Diego. Hillcrest y North Park (barrios vecinos, más cercanos al centro de San Diego) los añadió en la conversación tras interrumpirla yo brevemente e indicarle que vivo en North Park.

Sunday 6 September 2015

Can you speak Spanish?

La odisea que representa aprender inglés para el español medio no tiene comparación en el mundo moderno que conocemos con ninguna otra cosa.
Mi generación (un saludo) tuvo que empezar a aprender inglés cuando teníamos unos 6 años. Tu profe, que tiene acento de Grao, empieza enseñándote el presente simple, algo de vocabulario cuya pronunciación intuye pero no acierta (véase picture pronunciado como "pízturi") y pa’ casa. Os puedo decir que en mi colegio le ponían mucho más empeño a que nos supiéramos los 10 mandamientos que a conjugar el verbo “to be”. Cosa que no discuto de su utilidad para la vida moderna, porque a veces tengo que hacer verdaderos esfuerzos para no incumplir el sexto mandamiento*. Ventajas de una educación católica y apostólica. Sueño con el día en que mi antiguo cole me invite a dar una charla como antigua alumna.
Pasas tus exámenes de inglés escribiendo “was” y “what do you…” en todos los blank spaces (huecos. Un saludo, Taylor) que haya y copias todo lo que puedes del de al lado, que tiene menos idea que tú. Esa era la dinámica general de mi clase. Pero yo sabía inglés! Yo tuve que aprender inglés “por mi cuenta” porque quería saber lo que decían esos cuatro tipos con cortes de pelo aterradores de ese cassette que encontré entre los trastos de mi padre. Eran los Beatles, y joder, te digo yo que en asturiano no cantaban. No recuerdo si en ese cassette en particular venían las letras de las canciones, pero sí sé que otros cassettes de otros grupos que tampoco cantaban en español sí traían las letras. Y yo me pasaba horas escuchando música e intentando acoplar los balbuceos del casette con las palabras que allí aparecían escritas. Sentada en mi cama, concentrada como nunca lo he vuelto a estar. Ni puta idea del significado porque el diccionario (el de formato libro, os acordáis? el que para usar necesitas saber el orden alfabético de las palabras) no te cuenta el significado de los idioms ni te deja claro el significado de los phrasal verbs. Ya ni hablar de los juegos de palabras (no creáis que pillé lo de Beatles** desde el principio).

El cassette

También cometí el error de, en su día, apuntarme a una academia de inglés en la calle Uría de Oviedo. Se llamaba Cambridge (o algo así). Y de todo corazón espero que esté cerrada ya. La manager, dueña o señora del averno con exceso de maquillaje que llevaba el chiringuito no sabía ni grapar dos hojas (historia real). Ya ni te digo el nivel de inglés que tenía. Pero servía para estafarle a la gente cientos de euros por, según ella, “hacer más fácil el aprobar los exámenes de inglés de Cambridge”. Sí, mujer. Los profesores nativos que anunciaban se reducían a un solo caballero. Y era de Cuba. Supongo que tenía que haber preguntado que de dónde eran nativos.

Es un milagro que sepamos hablar inglés.
Luego somos muy de reírnos de Michael Robinson porque lleva viviendo en España 400 años pero sigue teniendo acento. Bueno, os diré que deshacerse del acento es muy difícil (en mi caso creo que imposible), pero que yo sepa no tenemos ningún impedimento físico en la garganta para intentar que, cuando hablamos en inglés, las “h” suenen menos mudas que en español y menos gggggggggg que cuando se atraganta nuestro gato. Es todo cuestión de equilibrio. También es verdad que el español medio es una criatura a la cual le da extrema vergüenza hablar otros idiomas, porque sabe que estamos genéticamente prdispuestos para hacer el ridículo en cuanto abrimos la boca. Y al español medio no le gusta hacer el ridículo, a pesar de que luego somos muy de “hablar sin tener ni puta idea” (o lo que los paisanos en los bares llaman “arreglar el país”. Con unos cuantos vinos). Y así nos va, que luego nos indignamos cuando el pobre barman (un saludo a todos los que se dedican a la hostelería) de algún garito de algún país anglosajón no nos entiende cuando le decimos algo así como “jaumachisí” para preguntarle por el precio de la bebida.

Echo un poco de menos, después de 5 años viviendo en países de habla inglesa, el poder hablar en mi mezcla de asturiano y español. Por eso cuando la semana pasada me fui a Barrio Logan (un vecindario de aquí que creo que es dominantemente latino) a uno de mis nuevos lugares favoritos de San Diego, Border X Brewing, a jugar al bingo y ví que todo el mundo hablaba español, me sentí un poquito mejor. Aunque no me entendieran del todo cuando dije “vaya movida”. Nada más entrar por la puerta alguien dijo que mi camiseta molaba, tienen cerveza buenísima, la comida es increíble (mejor veggie wrap hasta la fecha), todo los martes juegan a la lotería con premios de más cerveza y pinchan rock y punk-rock todo el tiempo. Si muero esta semana, mis cenizas podéis esparcirlas allí.

El cartón de lotería con el que no ganamos nada.

Y desde aquel momento en el que encontré el cassette de grandes éxitos de los inglesillos no he vuelto a conseguir reunir la motivación, ni la constancia, ni la concentración suficientes para estudiar ningún otro idioma. Y no habrá sido por no intentarlo. Al menos en inglés he conseguido el nivel suficiente para cagarme en los muertos de quien me la lía o tener discusiones de mierda con mi pareja (creedme que eso es todo un reto que pone a prueba tu nivel en dicho idioma). Aunque a punto estuve de aprender griego fluído (ahórrense los comentarios jocosos al respecto) a base de tener conversaciones con el dueño de la funeraria del bajo de mi edificio, cuando viví durante un año en Thessaloniki (un saludo a todos los griegos).

Así que, amigos angloparlantes nativos, alegraos de que sea capaz de hilar más de dos frases seguidas en vuestro idioma y que la mayoría de las veces no os escupo en un ojo cuando digo “hello, how are you?”.

*El sexto mandamiento es “no matarás”, no? Los demás los doy por perdidos.
**Para los despistados. El nombre de The Beatles es un juego de palabras entre beetles (escarabajos) y beat (ritmo). De nada.

Monday 31 August 2015

Bleed American

Un caballero de la East Coast me ha hecho notar que mi blog (aunque hilarante) exuda cierto sentimiento de que US no mola nada. Al parecer, mis agudos comentarios denuestan US. Y eso no es, para nada, mi intención (nótese que no estoy usando sarcasmos en este caso). Pero como el caballero tiene barba, me tomo en serio sus comentarios, aunque de un tiempo a esta parte todo el mundo sabe que el abuso del vello facial ha hecho que pierdan mucho del respeto que en realidad se merecen.
En definitiva, he decidido escribir este post prescindiendo de cualquier comentario que pueda sonar agresivo-pasivo en contra de US (probablemente no lo consiga, pero la intención es lo que cuenta). Porque si pensáis que lo odio o me disgusta, estáis muy equivocados. Si he aguantado un año y tengo pensado quedarme (con mis altibajos) será porque me gusta. Digo yo.

Por qué amo US of A, pero más concretamente, San Diego. Por orden de preferencia:

  1. La música. No hay suficientes palabras para explicar lo que significa la música para mí. Siempre me las he apañado para ir a conciertos de bandas locales allá donde viviera, pero aquí en San Diego es increíble. INCREIBLE. Bandas que llevo escuchando muchos años, aquí tocan en bares con capacidad para 100 personas, por menos de $20… Es algo que hace que todas las penurias asociadas a ser una inmigrante desubicada merezcan la pena. Un miércoles cualquiera, viendo a una de mis bandas favoritas, con otras 50 o 60 personas, entre las cuales se incluían el guitarra de Drive like Jehu (que la mayoría ni conoceréis, pero imaginaos que vais a un bar a ver una banda local y os encontráis a alguno de vuestros ídolos de adolescencia tomándose una birra a vuestro lado. He intentado hacer una analogía con algún grupo peninsular, pero solo se me ocurrían Los Piratas, Bunbury y otra peña a la que aborrezco profundamente). Ir a tomar unas enchiladas y sangría a un garito mexicano y que este sonando The Dillinger Escape Plan. Ir al estreno de documentales sobre la escena en San Diego y en California, y que anden por allí algunos de los que aparecen en dicho documental, como si nada. Que anuncien un concierto gratuito de un cantautor que viste hace años, en una de tus cafeterías favoritas de San Diego, con un público que no llegaba ni a 25 personas. Soy una romántica y me gustan los conciertos en sitios oscuros con poca gente.
  2. La playa, las palmeras y el buen tiempo: Aquí no hay estaciones. Hay una especie de neblina que se apodera de la ciudad en junio (aunque este año duró hasta mediados de agosto), que podríamos decir que es el invierno de San Diego, porque han sido los días que más “frio” he pasado. Quiero decir que tuve que ponerme una chaquetita por la noche. En diciembre también hubo algún día que hizo algo de frio (15°C, quizás?). Las playas son enormes y poder mirar el océano Pacifico todos los días, un privilegio. Me encanta la playa, ir sola, echarme en la arena y leer un libro mientras escucho música. Pocas cosas me dan más tranquilidad y bienestar que eso (véase punto 1). Y aquí podría hacerlo todos los días si quisiera. Los atardeceres de San Diego son de los mejores que he visto en mi vida. Ni las Islas Cíes, oyisti? Aquí el cielo tiene otro color y el horizonte es diferente. Tendríais que verlo para entenderme.
  3. La gente. No sé vosotros, pero yo ni recuerdo la última vez que una persona aleatoria fue amable conmigo en España. Aquí todo el mundo te mira a la cara cuando se cruza contigo por la calle y hasta te sonríen! A veces incluso te dan los buenos días (la primera vez que me ocurrió, casi me explota la cabeza). Igualito que en esos pueblinos donde los únicos residentes permanentes son dos paisanos y cuatro paisanas que tienen a todo el mundo controlado y saben perfectamente quién va y quién viene y con qué fin (ríete tú de la CIA). Vayas a donde vayas, si vas sola, alguien se parará a charlar contigo. Es verdad que muchas veces son gente un poco extraña, pero eso lo achaco a mi habilidad natural y genéticamente heredada de mi madre de atraer solo gente inestable. Muchas veces son gente normal que te hace el día un poco más agradable. Otras veces es gente que te cuenta historias muy inverosímiles o intentan que te conviertas a su religión. De una manera u otra, hacen el día a día más curioso. También tengo que decir que es probable que mi gente favorita es la que no ha nacido y crecido en San Diego. Por alguna razón, los locales hacen gala de un abrumador individualismo que yo, personalmente, no se manejar ni entender. Supongo que así se aseguran no tener que dar explicaciones a nadie cuando hacen los que les sale del toto.
  4. Los eventos que hay a todas horas en todos los sitios. Y en contra de lo que podáis creer, muchas veces son gratuitos, con lo que lo único que tienes que apañar es tu medio de transporte. Exposiciones, ferias, conciertos, grupos de gente que se junta para hacer cosas aleatorias como yoga al atardecer en la playa, clases de baile, intercambios de idioma… Y a fuerza de salir y hacer cosas y participar en dichos eventos, actividades o lo que se tercie, se va conociendo gente porque, volviendo al punto 3, aquí todo el mundo está abierto a conocer gente nueva y a charlar (seguramente porque todo el mundo está muy, muy solo. Pero eso es otro tema totalmente aparte). Cierto es que cuesta cogerles el punto, porque parecen tan cercanos y abiertos que resulta hasta sospechoso. Pero una vez entiendes las reglas del juego, hay que tomárselo todo a la californiana: con tranquilidad. Cosa que se me da FATAL, en realidad.
  5. Y por último y aunque suene a completa banalidad, todo es como en las películas, y por lo tanto, una fuente inagotable de risión. Todos los personajes que hayáis visto en las películas más disparatadas, salidas de las entrañas del mismísimo Hollywood, existen. Por muy absurdos y surrealistas que parezcan, os aseguro que ahora mismo están paseándose por alguna calle de California. Y es que el dicho de que “la realidad supera a la ficción” aquí cobra mucho más sentido.

Claro que no todo el monte es orégano. También hay muchas cacas de cabra. Como en todos los sitios, vivir en San Diego, en USA, tiene sus cosas malas, pero casi todas esas cosas malas vienen derivadas del abrumador sistema capitalista que domina. Que sí, que Europa también es capitalista, por supuesto. Pero aquí es distinto, me parece mucho más inverosímil vivir con poco dinero, las clases sociales me parecen mucho más obvias y divididas, la sociedad crea más “necesidades innecesarias” que en cualquier otro sitio en el que haya vivido y lo peor de todo desde mi punto de vista, todo el mundo sueña con hacerse rico. Ese es el denominador común de la mentalidad que hay aquí. Y a mí eso me da un poco de pena. Pero parece que a ellos no les importa.

Al final no sé si he conseguido aclarar mi amor por San Diego o he hecho justo lo contrario. Al fin y al cabo, son las relaciones tormentosas las que hacen que la vida sea más divertida.

Voy a seguir leyendo a Emma Goldman en la playa y amando San Diego.

Elen