Hay una
check list no escrita con una serie
de requisitos indispensables que tienes que cumplir, si no en su totalidad, en
su mayoría, en caso de residir en San Diego temporal, permanente o inconscientemente.
Puedes sobrevivir con mayor o menor éxito si no cumples, al menos, dos cosas de
la lista, pero creedme cuando os digo que vuestras conversaciones en diferentes
situaciones sociales no profesionales se verán reducidas a 5 minutos mezclados
con silencios que a la gente le resultan incómodos. Yo he aprendido a sacarle
partido a esos momentos, y me quedo mirando fijamente a mi interlocutor hasta
que se siente desnudo y se marcha.
Esos
requisitos los he enumerado y ordenado subjetivamente por orden de importancia
para vuestra comodidad.
1. Tienes que hacer surf. O al
menos probarlo. Comprarte el neopreno, la tabla, quedarte flotando un rato
entre las olas, volver como buenamente puedas a la orilla y tirarte el rollo
con que casi has conseguido montar una ola. UNCHECK. La mayoría de los que se
autodenominan surferos son meros wannabes,
y yo no soy una nadadora excepcional. Además le tengo miedo a las olas y a las
libélulas (que aquí no tienen nada que ver, pero es que nunca sé cuando pueden
aparecer, y no quiero que me pille encima de una tabla luchando contra el
océano).
2. Tienes que hacer yoga. O
meditación. No necesariamente en un estudio de yoga. Puedes comprarte un yoga mat en donde sea y hacerlo en tu
salón. CHECK. Nunca le he pillado el punto al yoga porque siempre se me
quedaban los pies fríos, pero aquí ese problema no lo tengo. Sin embargo, sigo
yendo a las clases gratuitas de yoga que nos ofrecen en el trabajo y no porque
sean gratis, si no porque las imparte una mujer oriunda de la ya disuelta
Checoslovaquia, que se tira pedos sin pudor en estiramientos complicados y
habla de cosas tan aleatorias que a veces dudo de si estoy despierta
escuchándola o en algún tipo de trance inducido por LSD.
3. Tienes que seguir alguna dieta
absurda cuya lógica no entiendes al 100%, pero suena guay. Vegetariano, vegano,
gluten-free, paleolítica,… SEMI-CHECK. Llevo sin comer carne desde febrero.
Pero como pescado. El término “molón” es pescatariano. A mí me suena tan idiota
como “amigovio” así que me limito a comer sin tener que explicarle a todo el
mundo, a todas horas, mi dieta. A no ser que alguien se ofrezca a cocinar, en
cuyo caso he de comunicar mi relativamente reciente adaptación al
pescatarianismo con la simple y a veces equívoca frase “I don’t eat meat”.
4. Tienes que estar apuntado al
gym. Y tienes que ir. No como en España, que somos muy de apadrinar los
gimnasios. CHECK. Además, es una forma bastante efectiva de conocer gente, y
tengo que decir que he conocido a gente realmente simpática. El problema es que
también he conocido gente que era normal y como neurocientífica asumo que el
exceso de endorfinas ha atrofiado algún área cerebral dejándoles sin capacidad
para conversar de otra cosa que no sean las pulgadas (recordad que aquí usan el
sistema de medidas absurdo que también utilizan en lugares como UK y Narnia)
que han perdido de contorno de cintura y cadera, el porcentaje de grasa de su
culo, o el número de comidas que hacen al día. Me recuerda un poco a cuando
éramos pequeños y hablábamos del estado de nuestro tamagochis. También es muy
importante que, si tienes Instagram (o
Facebook en su defecto), subas fotos
de tu “antes” (cuando eras un tragaldabas adicto a los Happy Meals y las cookies)
y el “después” (con los abdominales marcaos porque estás metiendo más tripa que
Ana Obregón en sus posados de verano).
5. Tienen que gustarte las brewery. SUPER-CHECK. Y qué es una brewery? Pues es un bar con cierto
complejo de superioridad donde hacen su propia cerveza y cuyos menús de cerveza
a veces son tan intimidantes que te hacen desear estar de vuelta en Casa Manolo
bebiendo una Mahou y comiendo aceitunas revenidas. Solo por la simplicidad de
no tener que elegir. Pero soy una gran fan de las brewery y de toda la cultura cervecil que se mueve en San Diego. No
sabría ni por cuál decidirme, pero no me importaría que esparcieran mis cenizas
en cualquiera de ellas.
6. Si no tienes pareja, tienes que
sumergirte en el frenético mundo del dating.
CHECK, aunque mejor hubiera invertido el tiempo en el punto anterior. Dicen que
San Diego es el peor lugar para tener citas (sí, aquí se utiliza mucho este
concepto, como si siguiéramos en los 90 y viviéramos en un capítulo de
Sensación de Vivir). Aquí la gente tiene déficit de atención, y como mínimo
tienen 2 o 3 citas a la semana con diferentes personas. La mayoría de las veces
no recordarán con quién salieron el martes pasado. Y claro, como
neurocientífica asumo que eso a la larga tiene que producir daños cerebrales.
7. Tienes que odiar LA. CHECK,
CHECK, CHECK. Pero con esto no me
extiendo, porque creo que ya ha quedado bastante patente.
Hay
otra serie de requisitos que no estoy segura de si son tan comunes como los que
he enumerado o son solo relevantes en los círculos en los que me muevo (los
cuales, no os voy a mentir, tampoco estoy muy segura de cuáles son ni de a dónde
me llevan). Yo por si acaso me he hecho amiga de surfers, de skaters, de
músicos, de fotógrafos, de trabajadores del gobierno, de instructores de gym,
de profes de yoga, de propietarios de coffee shops, de trabajadores de breweries, de organizadores de
conciertos y pregunto muchos detalles a esos amigos que tienen más de dos citas
a la semana. Así, mantengo todos los frentes cubiertos, por lo que pueda pasar.
I’m in the loop.
Aunque
recordemos que esto será de lo primero que se hunda cuando los polos acaben de
derretirse. Así que poco va a importar nada.
Como
neurocientífica, os envío muchos abrazos. Y un poco de amor.
Elen
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