Sunday 17 December 2023

Philadelphia, tres años después.

Hace tres años que no escribo aquí. Podía haber seguido escribiendo y desahogarme jocosamente sobre estos traumas que enumero y que Philadelphia nos ha ido ofreciendo estos tres años. Pero entre uno y otro, se va pasando el tiempo y las aspiraciones a escribir un libro basado en las, a menudo, experiencias irreales de vivir en USA quedan relegadas a un segundo plano. Pero dejadme que os obsequie con un resumen de las "alegrías" y surrealismos que nos han venido desde que nos mudamos a la ciudad del “amor fraternal”:

  • Empezamos trabajos nuevos en plenas restricciones COVID (¿os acordáis?). Estos incluyeron dudosas actividades en almacenes de New Jersey, trabajos administrativos en hospitales, y establecer un laboratorio de investigación biomédica donde llevaban cuatro meses sin limpiar y sin arreglar un retrete lleno de heces humanas.
  • Experimentamos la suerte de estar de vacaciones en New Hampshire cuando alguien vino al hospital donde trabajábamos para disparar y matar a un compañero de trabajo. Ya pertenecemos a ese % de gente que puede decir que trabaja en un sitio donde ha habido un tiroteo.
  • Vivimos una inundación que nos dejó sin coche (y que, aunque en su momento no nos lo pareció, resultó ser una bendición).
  • Vivimos dos años en un complejo de apartamentos (el que se inundó) dirigido por gente cuyo sentido común era solo equiparable al de un mapache.
  • Firmamos una hipoteca, principalmente porque llegó ese momento en la vida de toda persona en que, si puedes, harás lo posible por dejar de lidiar con mapaches.
  • En sustitución de los mapaches, ahora nos vemos obligados a razonar con contratistas cuyo sentido común es como la paz mundial: sería bonito que existiese, pero sabes que es inalcanzable. Es quizás la única desventaja de ser propietaria.
  • También adoptamos a una perrita con ansiedad extrema y epilepsia.

¿Pero por qué volver a este blog que estaba más muerto que Mufasa? Es posible que haya estado viendo demasiado Sexo en Nueva York y haya renovado mis esperanzas de convertirme en la próxima Carrie Bradshaw o JK Rowling (menos la transfobia y la personalidad de mierda).

En mi último post trataba de encontrar desesperadamente las cosas positivas de Philadelphia en comparación directa con San Diego. Qué valentía la mía. Y qué optimismo. Philadelphia, la presunta ciudad del “amor fraternal” (literalmente, del griego “phylos” y “adelphi”), es de entre todas las ciudades en las que he vivido, la que tiene más gente cargada de ira irracional. Ahora entiendo la respuesta desproporcionada de Gerard Butler en Un Ciudadano Ejemplar (y es que eran todos de Philadelphia).

Después de recibir más de una docena de mensajes de amigos de todos los rincones del mundo preguntándome por la situación con el fentanilo (que parece ser el verdadero “plato típico” de Philly), decidí que quizás era hora de volver a este rincón y escribir sobre la realidad de vivir en Philadelphia una vez pasada la marca de los tres años. Marca totalmente arbitraria y autoimpuesta para proclamarme “experta” y opinar libremente sin sentirme culpable de ofender a algún local, los cuales son particularmente agresivos.

Mi estimación de lo que era Philadelphia cuando escribí el post anterior en octubre de 2020, un par de semanas solamente después de habernos mudado a este estado, es sorprendentemente certero. Una de las cosas que hicimos, y de la cual no tenía conocimiento de primera mano en el 2020, fue visitar la Jersey Shore. Fue una decisión de última hora este último verano cuando realísticamente me di cuenta de que mi salud mental pendía de un hilo y necesitaba urgentemente salir de la ciudad y no pisar el disfuncional departamento de la universidad durante al menos una semana. Desafortunadamente, la única opción donde pudimos encontrar alojamiento donde permitían perritas con ansiedad fue Ocean City, una de las llamadas dry cities, que aunque no lo creáis, existen. Efectivamente, en este tipo de sitios no hay bares ni lugares donde comprar alcohol, con lo cual tienes que hacer la maleta incluyendo una caja llena de tus botellas favoritas. Puedes beber en tu alojamiento o, como otros hacían, discretamente en la playa siempre y cuando disfraces tu botella con la típica bolsa de papel marrón que hemos visto tantas veces en las películas. He de decir que la experiencia fue agradable, y no nos encontramos con nadie de la MTV.

No quiero alargarme más. Es posible que no vuelva por aquí hasta el 2026. Es tan impredecible como saber qué día el contratista va a decidir aparecer por aquí para hacer el trabajo para el que se le contrató.

Seguid escribiéndome cada vez que veáis un documental sobre el fentanilo. Me hace sentir querida y añorada.

Elen

xx

Thursday 29 October 2020

Philadelphia versus San Diego

Ya había dicho que mudarse de California a Pensilvania era como irse de España a Rusia. Y cada día que pasa es más obvio que mudarse a otro estado, y más de costa a costa, es casi tan intrincado como mudarse de Europa a USA.

Philadelphia tiene varias cosas que California, y en particular San Diego, no tiene. Por ejemplo, aquí hay unos bocatas de carne picada que le ponen queso y es como el plato típico de aquí – aunque llamarlo “plato” sea un poco exageración. Lo equivalente en San Diego eran los fish tacos, que de “plato” también tienen poco, pero entiéndase como elemento culinario característico del pueblo en cuestión. Los bocatas estos de carne picada los llaman cheesesteak (pronúnciese chisteik), y son de la longitud de mi antebrazo normalmente. No los he probado, porque sigo siendo pescatariana en suelo norteamericano.

Cheesesteak. Dicen que están buenos aunque parezca comida de perro.

Philadelphia también tiene mucha más historia y cultura a visitar que San Diego. La historia que San Diego ofrecía era ir a ver la iglesia que había construido el colonizador de turno. Aquí tienes para ver la Campana de la Libertad, entre otras cosas clave que puede que expliquen porque USA esta como esta hoy en día. Además, New York y Washington D.C. están a “tiru piedra” que es donde tienes el grueso de los monumentos de este país.

Liberty Bell, que ta rota.

Philadelphia, y volviendo a la comida, tiene más y puede que mejor oferta culinaria que San Diego. San Diego se jactaba de tener la mejor comida mexicana (si, incluso presumían de ser mejor que la propia comida mexicana de México, ejem ejem… el ego estadounidense), y rica estaba, pero Philadelphia juega otra liga. Además, New York está al lado por si te dan ganas de ir a comer croquetas de José Andrés.

Philadelphia también tiene más violencia y crimen. Y viene de todos los lados, de las gangs y de la policía, los cuales como parece ser norma general en USA, tienen el gatillo flojo sobre todo si eres sospechoso de no ser blanco. También parece que aquí se tiende a intimidar a los votantes más a menudo que en San Diego, porque la manera en que el sistema electoral está diseñado aquí (algo que nunca entenderé ni en un millón de años) se da más peso al voto de ciertos estados, incrementando así la posibilidad de que los bullies vengan a decirte a quién tienes que votar. Igual por todo esto Will Smith decidió mudarse con el tío Phil.

En Philadelphia llueve algo más que en San Diego. También tiene estaciones. Si miras por la ventana en Philadelphia puedes adivinar si es otoño o verano. En San Diego es verano para siempre.

En Philadelphia no hay playa, y de hecho creo que la más cercana es Jersey Shore que a mí solo me recuerda al programa casposo de la MTV y me da miedo ir por si me veo atrapada en el vídeo de algún influencer sin querer. O peor aún, de la MTV.

Philadelphia es muy distinto de San Diego. Es un poco más parecida a Europa. La gente no es simpática por defecto, pero después de un rato se ablandan, es simplemente que le tienes que poner un poco más de esfuerzo. Recordemos que en San Diego era de hecho algo perturbador y sospechoso que la gente mostrase tanta simpatía sin razón aparente. La deficiente amabilidad de Philadelphia me recuerda a España. La diferencia es que en el sector de la hostelería aquí saben comportarse en lugar de escupirte en el ojo si les pides una servilleta extra, como harían por ejemplo en Llanes.

Como todos los sitios, Philadelphia tiene cosas buenas, mejores y peores que San Diego. Lo que se está volviendo un poco difícil es vivir en USA en general, pero ya os diré cuando se resuelva quién va a coronarse como próximo emperador porque eso va a acabar de destrozar el 2020, o darle un poquitín de esperanza a las semanas que nos quedan de esta gran mierda de año.

Cuídense mientras puedan.


Elen

xx

Sunday 4 October 2020

From CA to PA

Habréis notado, siendo como sois fieles seguidores de mi narrativa, que el blog desde hacía meses había perdido fuelle.

Y no es que California hubiese dejado de ser interesante, pero con mi excepcional capacidad de adaptación y tras seis años viviendo en San Diego, las cosas ya me chocaban menos. Así que por un giro de la vida, se me presentó la oportunidad de agarrar todo lo que tengo (incluido el que ahora es mi esposo) y mudarme a la otra punta del país. Esto es, Philadelphia, en Pennsylvania. Para que os hagáis una idea, es más o menos como mudarse de Oviedo  a Kineshma en Rusia, pueblo famoso por su museo de botas de fieltro.

Casi hacemos realidad esa romántica idea de atravesar los Estados Unidos en coche, parando en auténticos diners donde una simpática camarera llamada Peggy Sue te rellena la taza de café mientras te dice “sweetheart” y “darling”, a la vez que un tipo con patillas y gorra de camionero te cuenta alguna historia de un asesinato local. Y aunque estuvimos cerca de vivir experiencias así, nada más auténtico que conducir a través de Kansas mientras ves carteles de Vota a Trump, de cómo Jesucristo te puede curar la ansiedad, o de lo malas que son las mujeres que abortan. Una de mis cosas favoritas es cuando deletrean Trump en los cultivos ya sea con sacos (que espero sean de cucho) o con cualquier material que tengan a mano. La creatividad de la América profunda y republicana no tiene límites.

Pero no todo fue aterrador, ni mucho menos.

Nuestra primera parada fue en St. George, un pueblo no muy lejos de Las Vegas, ya en el estado de Utah. Si, el de los mormones. Cual fue nuestra sorpresa cuando al llegar al pequeño motel que nos habíamos apañado, nos encontramos la cama cuidadosamente decorada con pétalos de rosa dibujando un corazón, trufas de chocolate, una botella de sidra achampanada (no alcohólica, no sé si por alguna relación con los mormones), y velitas por todas las esquinas, de las que van a pila que bastante tenemos con quemar California. Para ser un motel en medio de la nada, dejo el pabellón muy alto.

Después de esa estancia digna de una princesa Disney, condujimos cada día una media de 8h parando por Denver (Colorado), Kansas City(Missouri), Indianapolis (Indiana) y Pittsburgh (Pennsylvania). No nos dio tiempo a parar en muchos diners, pero tuvimos ocasión de visitar una pastelería en Indianapolis donde Elton John encarga sus tartas y Oprah recomienda en sus múltiples medios. Después de 5 días conduciendo, por fin llegamos a Philadelphia, nuestro destino final, nuestro nuevo hogar.

Todo estaba planeado al milímetro, y como no podía ser menos, no nos salió del todo bien. Los de la mudanza, por razones que se escapan al entendimiento humano, han decidido que en lugar de traernos los muebles al día siguiente de haber llegado, mejor nos los traen cinco días después. Yo les agradezco que de esta manera me hayan recordado mi vida de estudiante en Grecia, durmiendo en el suelo y comiendo cosas que no se pronunciar (mentira, son noodles).

Hemos venido a vivir a un piso 16 en un complejo en el que hay 1,000 vecinos que poco tiene que ver con el apartamento de San Diego a ras de suelo donde no debíamos de pasar de 50 y el de mantenimiento se sabía los nombres de todo el mundo. Volvemos a la anonimidad de vivir en una ciudad grande. Pero también pensaba eso hace seis años cuando me mude a San Diego para acabar descubriendo que en realidad ye un pueblu, porque es inevitable acabar moviéndose siempre en los mismo círculos y da lo mismo que vivas en Cuturrasu que en Los Angeles.

Así que los meses que se nos avecinan en la ciudad donde a Tom Hanks lo despidieron por tener sida, donde hay una estatua de Sylvester Stallone (ríete tú de la de Woody Allen en Oviedo), y donde el presidente de EE.UU. dice que “pasan cosas malas”, se presentan interesantes. Sobre todo porque “winter is coming” y no me va a dar tiempo a tejer todas las bufandas, gorritos y mantas necesarias para sobrevivir después de que San Diego me haya transformado en un ser endeble.

Os mantendré informados, aunque es posible que me distraiga mirando el skyline que tenemos desde nuestro piso 16.

Abrazos,

Elen

PS: este post se lo dedico a mi mayor fan, que como ha de ser, es mi madre. No va a poder enviarme un mensaje adulando mi capacidad de narración o preguntándome que significan las cosas en inglés, pero sé que le hubiera prestado como todos los demás 💓

Wednesday 6 May 2020

El Amor en los Tiempos del COVID19


Una cosa muy común, y particularmente estadounidense, es casarse o prometerse, y cambiar la foto de perfil (de la(s) plataforma(s) que sea(n)) a la foto con el anillo, o la foto posando muy natural vestidos de boda en medio de la playa. Yo en lugar de eso, voy a escribir sobre ello y cómo el engagement se dio a conocer de costa a costa. Nuestros 10 minutos de fama han sido servidos. Pensaba que sería por alguna declaración a destiempo en un documental de Netflix, pero al final ha sido por esto.

Era una tarde soleada de cuarentena de mentirijillas (la que estamos viviendo en San Diego) en la que debido a un golpe de calor de estar toda la tarde sentada en la terraza a la solana fue fácil convencerme para ir a dar un paseo a la hora del atardecer. Ni 20 minutos me hicieron falta para empezar a angustiarme de ver tanto covidiota suelto. Y encima nos miraban... ¿Se debía a que éramos los únicos que llevábamos máscara? ¿Era porque iba con pantalones de pijama? Más tarde descubriría que habían sido puestos sobre aviso de que una pedida de mano iba a producirse. Y no hay cosa que más le guste al estadounidense de a pie que una película de Meg Ryan. Por eso al final del proceso, nos aplaudieron y vitorearon como si hubiéramos descubierto la cura para el COVID19.

Gracias al milagro de las redes sociales las noticias locales se hicieron eco de tan singular evento y nos entrevistaron (link no incluido para proteger nuestra privacidad). Nos pusieron en el segmento de las 23h y no nos regalaron ni una mala camiseta promocional. En vista de la falta de otros eventos, sé que también se hicieron eco en Philadelphia y quién sabe si en algún otro estado. Aún sigo esperando a que me llame La Nueva España, pero ahora que ya me han publicado no tengo tanto interés.

Una cuarentena surrealista que también ha incluido un terremoto de 4.9 en la escala de Richter. Yo creo que si le dedico algo de tiempo puedo apañar un guión y vendérselo a Netflix que seguro que ya tiene varios proyectos cascantes sobre el COVID19, historias de gente haciendo pan y crossfit en su casa, y el ciclo vital del pangolín.

Próximos posts estarán dedicados a los paralelismos de organizar una boda en el contexto estadounidense (posiblemente post-pandémico), y los inevitables paralelismos con el gran clásico “El Padre de la Novia” (y no la de Elizabeth Taylor).


Mientras tanto, y a la espera de la inminente re-cuarentena, nos pasamos el día escuchando los éxitos de los 90 de Green Day, NoFX, Lagwagon, No Use for a Name, Bad Religion, ... y debatiendo si decir "cualquier tiempo pasado fue mejor" sigue siendo solo una expresión, o tiene más realidad de la que nos gustaría.

Stay strong (y en vuestra p**a casa)


Elen 

x


Tuesday 21 April 2020

Nobody Expects the Coronavirus


Nunca hubiera adivinado que volvería a revivir el blog para contaros cómo vivimos aquí, en San Diego, el confinamiento, o más conocido como shelter in place.

Llevamos ya más de un mes, en el que teóricamente se nos insta a quedarnos en casa. Sin embargo, las pautas que nos han dado son más abstractas que una pintura de Pollock, lo cual deja mucho sitio a la libre interpretación. En general, y a buen entendedor, podemos salir de casa para ir a comprar lo esencial, que para un buen californiano incluye aguacates, cocktails para el brunch, cerveza artesana, y kale. Y siguiendo la inexplicable moda mundial, papel higiénico (confieso no haberlo visto en las estanterías de mi supermercado aun). También podemos ir a por medicinas, pero eso es totalmente secundario.

En California, como en cualquier otro lugar del mundo, hay mucho gilipollas. Ya sea por falta de información, o porque creen que están por encima del bien, del mal, y de las infecciones víricas, mucha gente ha interpretado la “social distancing” (o el mantener siempre una distancia de 6 pies o casi 2 metros con otras personas) como un concepto utópico que no les aplica. Así es que nos encontramos con diferentes tipos de especímenes (inteligentemente bautizados covidiotas por una cuenta aleatoria de Instagram) que a su manera nos están jodiendo a todos. Tras semanas de estudio, he concluido que se les puede clasificar en las siguientes categorías*:

  1. Gente que en su puta vida ha salido a correr, o a pasear por el simple placer que representa, ahora sale una docena de veces al día, y corre 5 millas diarias. Realmente, eso está permitido siempre y cuando se haga individualmente o en pareja (asumiendo que es la persona con la que vives y que no estas quedando con tus citas de Tinder pa darte una vuelta). Suelen hacerlo sin máscara ni ningún otro tipo de protección. Así los jadeos son más espeluznantes.
  1. El que cree que visitar a sus suegros, es decir, ir a casa de otra persona, no representa ningún riesgo porque son de la familia y luego suben fotos #stayathome. Empiezo a pensar que el virus es posible que afecte las capacidades cognitivas de la gente.
  1. Los que quedan para hacer un picnic con otras 12 personas, y luego cuando reciben una multa se indignan, porque el parque y la playa es de todos.
  1. Los que su mayor preocupación en San Diego es que vuelvan a abrir las playas para que puedan volver a hacer surf. Imagínate la vida sin surf. Menos mal que aún les queda kale…
  1. Los “cuñaos”. Desafortunadamente no hay un término apropiado en la lengua inglesa para describir a aquellos que se transforman en auténticos expertos en virología, epidemiologia, uso del PPE (Personal Protective Equipment, es decir, máscaras, guantes, etc…).
  1. Los conspiranoicos. A falta de Iker Jiménez, aquí tenemos al individuo de a pie que no sigue ninguna pauta porque el virus no existe, o es una conspiración para abandonar a nuestros mayores y reducir la población anciana, o lo ha creado el hombre y ya hay una cura que en algún momento nos darán (todo teorías que he oído de esos a los que he bloqueado en Instagram).



En los últimos días, todos estos gilipollas han encontrado apoyo entre ellos y han salido a la calle bien juntitos a manifestarse, y a confundir derechos constitucionales con la protección de la salud pública. En el fondo me dan pena, porque ser tan ajeno al sentido común tiene que doler, aunque sea figuradamente…

Dejando de lado momentáneamente el sarcasmo, en general parece que la gente respeta las normas y en San Diego en particular los hospitales ni están saturados ni el número de muertes es exorbitado a día de hoy.

Personalmente, trato de salir de casa lo menos posible. Principalmente por la ira incontrolable que me causa ver a alguno de los especímenes de gilipollas que he descrito hace unas líneas. Pero de otra forma, e intentando verle el lado positivo a una situación de mierda, he empleado mi tiempo en cosas que es posible no hayan aportado nada a mi vida:    
  • He tejido cualquier complemento doméstico que se te pueda ocurrir.
  •  Por fin he visto Los Soprano. Bueno, me faltan dos capítulos pero estoy harta de la terapeuta de Tony, de New Jersey, y de las palabras italianas aleatorias. Sobrevalorada.
  • He alcanzado nivel master en Pilates.
  • He perfeccionado el protocolo de hacer croquetas alcanzando un nuevo récord de n° de croquetas/minuto.
  • Me he acabado uno de los libros insufribles de Greg Graffin sobre sociología, y he empezado a leer la biografía de NoFX que es la actividad menos intelectual que he hecho en mi vida.
  • Domino todas las plataformas de reuniones virtuales, incluyendo Google Hangouts.
  • He vuelto a tocar el bajo y nos dedicamos a hacer versiones de Smashing Pumpkins y Placebo, porque los 90 ahora parecen la mejor época de la historia.
  • He empezado (por 3ª vez en mi vida) un cursillo para aprender Python – ya os adelanto que para acabarlo voy a necesitar 4 cuarentenas consecutivas, o cadena perpetua.
  • También teletrabajo, pero eso es lo que menos alegría me da.


IMPORTANTE: si durante la cuarentena no has hecho nada, no te has cambiado de pijama, te has duchado lo justo para no quedarte pegado en el sofá, no has hecho pan de hogaza, ni has aprendido un idioma, ni has hecho crossfit en casa levantando a tu mascota o el bidón de agua, NO PASA NADA. Bastante has hecho respetando la cuarentena y no autoclasificándote en una de las categorías de gilipollas. Gracias, de corazón.

En realidad casi deberíamos pensar en la suerte que tenemos que esto nos ha pillado en plena era tecnológica en la que podemos comunicarnos constantemente, sin tener que recurrir a palomas mensajeras, y existen Netflix y equivalentes. Lo que no vimos venir es que la realidad superaría a cualquier episodio de Black Mirror.

Os dejo con un vídeo educacional para acabar. Suerte a todos.

Elen



 *las categorías van todas con el número 1, porque no hay forma de hacer ranking. Todos los grupos son igual de estúpidos.

Tuesday 29 October 2019

Dad's Sweet 60


 
Si alguien nació en 1959, le pasará que este año cumplirá 60 años. Que es justo lo que le pasa a mi padre hoy*, y por lo que saco a este blog de sus cenizas.

Mi padre es un señor que nació en un pueblín llamado La Limosnera, donde se cayó cuando era pequeño y casi se queda sin dientes. De aquella como no había ortodoncistas se arregló el desaguisado dental con un sistema que incluía una pinza, al más puro estilo Bricomania, porque la gente de la cuenca minera está llena de recursos.

Cuando era pequeña y teníamos que decir en clase cual era el trabajo de nuestro papá yo decía que trabajaba en un banco. “Entonces es banquero?” decía la maestra. “No”, respondía yo. - “Y entonces, qué hace?” – “No lo sé. Algo con ordenadores”.

Era el tipo más inteligente que conocía. Luego le pasó como a todos los padres del mundo, que a medida que crecemos van perdiendo esa omnipotencia que les atribuimos. Aun así sigo pidiéndole consejo a pesar de que no estemos de acuerdo en muchas cosas. Y sigue siendo una de las personas con las que más me rio (en parte porque no tenemos filtro entre nosotros).

Con mi padre desarrollé mi instinto de supervivencia aquel verano que mi madre nos dejó solos, y teníamos que hacernos la comida todos los días. Por mi culpa, se bebió una mosca que yo había dejado agonizando en una taza.

Con él veía Expediente X con la única finalidad de reírnos de las corbatas de Mulder.

Hace el mejor arroz con leche del mundo, aunque se niega a preparármelo cada vez que visito bajo endebles excusas que no me creo.

Tiene un sexto sentido para encontrar los mejores restaurantes cuando nos lleva por ahí a visitar sitios.

Colecciona sellos, y monedas. Que viene a ser como la versión uncool de coleccionar vinilos. Todo indica que el gen nerd lo heredamos mi hermano y yo de él.

Cuando éramos pequeños jugaba mucho con nosotros. Uno de los recuerdos más bonitos que tengo de mi infancia es de esos días en los que bien porque llovía o porque a mis padres no les daba la gana de sacarnos de casa, nos quedábamos en el piso todo el día y mi padre se dedicaba a escondernos pistas por la casa, a modo de scavenger hunt, hasta que dábamos con “el tesoro”. En realidad no había ningún tesoro, el premio era el orgullo de haber resuelto todos los acertijos, o si alguna vez hubo un premio material, no lo recuerdo. Está claro que a mí lo que me molaba era el orgullo de haberlo resuelto. Quien sabe, quizás por eso ahora me dedico a resolver misterios neurobiológicos…

Gracias a la creatividad de mi padre, una vez gané un concurso de dibujo y me regalaron una mountain bike de la que luego me caería muchas veces.

Mi padre nos llevaba a caminar por el monte, y ahora cuando visito nos vamos por la ruta de Fuso, que es a lo que nos da tiempo.

Mi padre me enseñó a no dejarme avasallar por nadie. Una vez un payaso (literal, de esos que se ponen maquillaje y trabajan en el circo) por intentar hacerse el gracioso me quitó un puñado de gusanitos. A mi edad, que era temprana, me pareció una afrenta imperdonable, y mi padre me enseñó por primera vez a hacer un corte de mangas para salvar mi honor y orgullo heridos. Por eso los payasos no me gustan, Pennywise no tuvo nada que ver con ello.

El humor negro lo aprendí de él. El hacer las cosas siguiendo un método lo aprendí de él. El ser ante todo práctica lo aprendí de él. El valor de a veces callar hasta estar seguro de lo que vas a decir también lo aprendí de él.

Mi padre también se reía mucho cuando le decía que encontraría la manera de vivir en California. Y hoy, desde lo más al sur de California que una se puede ir, y en contra de sus predicciones de que vendría a recoger nueces, le deseo el mejor 60 cumpleaños que un señor de Limosnera pueda desear.

<3
Elen


*Entiéndase hoy por horario español, es decir, 30 de Octubre.



Sunday 21 October 2018

See You Soon


Mi ajetreada agenda de proyectos aleatorios que no sin esfuerzo intento interconectar para crear una perfecta maraña de propósitos no me deja tiempo para continuar explicando, de manera jocosa e informal, mis pequeñas aventuras en California. Por lo que me dispongo a poner este blog en lo que viene siendo un hiato.


Después de visitar el bonito (léase esto con el mayor tono sarcástico humanamente posible) pueblo donde se ofició el funeral de Charles Manson, al cual no me invitaron, he hecho cosas tan interesantes como dormir en un tendejón en Yosemite donde un Sasquatch de cartón casi me mata, o ser una de esas personas a las que invitan a la Comic Con a hablar de cosas.

También visité por primera vez New York, y en contra de todo pronóstico, no se me puso cara de Paco Martínez Soria, ni me perdí en el metro, ni me atracaron una sola vez. Vi monumentos tan importantes como la Estatua de la Libertad, o el portal de la casa de Sarah Jessica Parker en Sexo en Nueva York o (Sex and the City para los que os mola la VO).

También visité España, que ya iba siendo hora, y fui a la boda del año, que no fue la de Meghan Markle y el Royal pelirrojo. Y aprovechando visité Portugal para ir a tomarme unos vinos.

Entre uno, otro, y seguir ejerciendo de científica, no me ha quedado casi tiempo este verano para ir a la playa, o tocar el ukelele.  Mucho menos para actualizar este blog con detalles de mi vida que solo mi madre lee.

Así que por el momento, y hasta que no me deshaga de algún pasatiempo que deje un hueco en mi vida que tenga que rellenar con este blog, esto se queda en stand by.

Un sweet and short post para decir “hasta pronto”.

Y recordad, como dijo William Henry Harrison, “llevaos una rebequilla que parece que va a refrescar”.

xx

Elen