Sunday 4 October 2020

From CA to PA

Habréis notado, siendo como sois fieles seguidores de mi narrativa, que el blog desde hacía meses había perdido fuelle.

Y no es que California hubiese dejado de ser interesante, pero con mi excepcional capacidad de adaptación y tras seis años viviendo en San Diego, las cosas ya me chocaban menos. Así que por un giro de la vida, se me presentó la oportunidad de agarrar todo lo que tengo (incluido el que ahora es mi esposo) y mudarme a la otra punta del país. Esto es, Philadelphia, en Pennsylvania. Para que os hagáis una idea, es más o menos como mudarse de Oviedo  a Kineshma en Rusia, pueblo famoso por su museo de botas de fieltro.

Casi hacemos realidad esa romántica idea de atravesar los Estados Unidos en coche, parando en auténticos diners donde una simpática camarera llamada Peggy Sue te rellena la taza de café mientras te dice “sweetheart” y “darling”, a la vez que un tipo con patillas y gorra de camionero te cuenta alguna historia de un asesinato local. Y aunque estuvimos cerca de vivir experiencias así, nada más auténtico que conducir a través de Kansas mientras ves carteles de Vota a Trump, de cómo Jesucristo te puede curar la ansiedad, o de lo malas que son las mujeres que abortan. Una de mis cosas favoritas es cuando deletrean Trump en los cultivos ya sea con sacos (que espero sean de cucho) o con cualquier material que tengan a mano. La creatividad de la América profunda y republicana no tiene límites.

Pero no todo fue aterrador, ni mucho menos.

Nuestra primera parada fue en St. George, un pueblo no muy lejos de Las Vegas, ya en el estado de Utah. Si, el de los mormones. Cual fue nuestra sorpresa cuando al llegar al pequeño motel que nos habíamos apañado, nos encontramos la cama cuidadosamente decorada con pétalos de rosa dibujando un corazón, trufas de chocolate, una botella de sidra achampanada (no alcohólica, no sé si por alguna relación con los mormones), y velitas por todas las esquinas, de las que van a pila que bastante tenemos con quemar California. Para ser un motel en medio de la nada, dejo el pabellón muy alto.

Después de esa estancia digna de una princesa Disney, condujimos cada día una media de 8h parando por Denver (Colorado), Kansas City(Missouri), Indianapolis (Indiana) y Pittsburgh (Pennsylvania). No nos dio tiempo a parar en muchos diners, pero tuvimos ocasión de visitar una pastelería en Indianapolis donde Elton John encarga sus tartas y Oprah recomienda en sus múltiples medios. Después de 5 días conduciendo, por fin llegamos a Philadelphia, nuestro destino final, nuestro nuevo hogar.

Todo estaba planeado al milímetro, y como no podía ser menos, no nos salió del todo bien. Los de la mudanza, por razones que se escapan al entendimiento humano, han decidido que en lugar de traernos los muebles al día siguiente de haber llegado, mejor nos los traen cinco días después. Yo les agradezco que de esta manera me hayan recordado mi vida de estudiante en Grecia, durmiendo en el suelo y comiendo cosas que no se pronunciar (mentira, son noodles).

Hemos venido a vivir a un piso 16 en un complejo en el que hay 1,000 vecinos que poco tiene que ver con el apartamento de San Diego a ras de suelo donde no debíamos de pasar de 50 y el de mantenimiento se sabía los nombres de todo el mundo. Volvemos a la anonimidad de vivir en una ciudad grande. Pero también pensaba eso hace seis años cuando me mude a San Diego para acabar descubriendo que en realidad ye un pueblu, porque es inevitable acabar moviéndose siempre en los mismo círculos y da lo mismo que vivas en Cuturrasu que en Los Angeles.

Así que los meses que se nos avecinan en la ciudad donde a Tom Hanks lo despidieron por tener sida, donde hay una estatua de Sylvester Stallone (ríete tú de la de Woody Allen en Oviedo), y donde el presidente de EE.UU. dice que “pasan cosas malas”, se presentan interesantes. Sobre todo porque “winter is coming” y no me va a dar tiempo a tejer todas las bufandas, gorritos y mantas necesarias para sobrevivir después de que San Diego me haya transformado en un ser endeble.

Os mantendré informados, aunque es posible que me distraiga mirando el skyline que tenemos desde nuestro piso 16.

Abrazos,

Elen

PS: este post se lo dedico a mi mayor fan, que como ha de ser, es mi madre. No va a poder enviarme un mensaje adulando mi capacidad de narración o preguntándome que significan las cosas en inglés, pero sé que le hubiera prestado como todos los demás 💓

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