Habréis notado, siendo como sois fieles seguidores de mi narrativa, que el blog desde hacía meses había perdido fuelle.
Y no es que California hubiese dejado de ser interesante, pero con mi excepcional capacidad de adaptación y tras seis años viviendo en San Diego, las cosas ya me chocaban menos. Así que por un giro de la vida, se me presentó la oportunidad de agarrar todo lo que tengo (incluido el que ahora es mi esposo) y mudarme a la otra punta del país. Esto es, Philadelphia, en Pennsylvania. Para que os hagáis una idea, es más o menos como mudarse de Oviedo a Kineshma en Rusia, pueblo famoso por su museo de botas de fieltro.
Casi hacemos realidad esa romántica idea de atravesar los
Estados Unidos en coche, parando en auténticos diners donde una simpática
camarera llamada Peggy Sue te rellena la taza de café mientras te dice
“sweetheart” y “darling”, a la vez que un tipo con patillas y gorra de
camionero te cuenta alguna historia de un asesinato local. Y aunque estuvimos
cerca de vivir experiencias así, nada más auténtico que conducir a través de
Kansas mientras ves carteles de Vota a Trump, de cómo Jesucristo te puede curar
la ansiedad, o de lo malas que son las mujeres que abortan. Una de mis cosas
favoritas es cuando deletrean Trump en los cultivos ya sea con sacos (que
espero sean de cucho) o con cualquier material que tengan a mano. La
creatividad de la América profunda y republicana no tiene límites.
Pero no todo fue aterrador, ni mucho menos.
Nuestra primera parada fue en St. George, un pueblo no muy
lejos de Las Vegas, ya en el estado de Utah. Si, el de los mormones. Cual fue
nuestra sorpresa cuando al llegar al pequeño motel que nos habíamos apañado,
nos encontramos la cama cuidadosamente decorada con pétalos de rosa dibujando
un corazón, trufas de chocolate, una botella de sidra achampanada (no
alcohólica, no sé si por alguna relación con los mormones), y velitas por todas
las esquinas, de las que van a pila que bastante tenemos con quemar California.
Para ser un motel en medio de la nada, dejo el pabellón muy alto.
Después de esa estancia digna de una princesa Disney,
condujimos cada día una media de 8h parando por Denver (Colorado), Kansas City(Missouri), Indianapolis (Indiana) y Pittsburgh (Pennsylvania). No nos dio
tiempo a parar en muchos diners, pero tuvimos ocasión de visitar una pastelería
en Indianapolis donde Elton John encarga sus tartas y Oprah recomienda en sus múltiples
medios. Después de 5 días conduciendo, por fin llegamos a Philadelphia, nuestro
destino final, nuestro nuevo hogar.
Todo estaba planeado al milímetro, y como no podía ser
menos, no nos salió del todo bien. Los de la mudanza, por razones que se
escapan al entendimiento humano, han decidido que en lugar de traernos los
muebles al día siguiente de haber llegado, mejor nos los traen cinco días
después. Yo les agradezco que de esta manera me hayan recordado mi vida de
estudiante en Grecia, durmiendo en el suelo y comiendo cosas que no se
pronunciar (mentira, son noodles).
Hemos venido a vivir a un piso 16 en un complejo en el que
hay 1,000 vecinos que poco tiene que ver con el apartamento de San Diego a ras
de suelo donde no debíamos de pasar de 50 y el de mantenimiento se sabía los
nombres de todo el mundo. Volvemos a la anonimidad de vivir en una ciudad
grande. Pero también pensaba eso hace seis años cuando me mude a San Diego para
acabar descubriendo que en realidad ye un pueblu, porque es inevitable acabar
moviéndose siempre en los mismo círculos y da lo mismo que vivas en Cuturrasu que en Los Angeles.
Así que los meses que se nos avecinan en la ciudad donde a Tom Hanks lo despidieron por tener sida, donde hay
una estatua de Sylvester Stallone (ríete tú de la de Woody Allen en Oviedo), y
donde el presidente de EE.UU. dice que “pasan cosas malas”, se presentan
interesantes. Sobre todo porque “winter is coming” y no me va a dar tiempo a
tejer todas las bufandas, gorritos y mantas necesarias para sobrevivir después
de que San Diego me haya transformado en un ser endeble.
Os mantendré informados, aunque es posible que me distraiga
mirando el skyline que tenemos desde nuestro piso 16.
Abrazos,
Elen
PS: este post se lo dedico a mi mayor fan, que como ha de ser, es mi madre. No va a poder enviarme un mensaje adulando mi capacidad de narración o preguntándome que significan las cosas en inglés, pero sé que le hubiera prestado como todos los demás 💓
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