Mi
ajetreada agenda de proyectos aleatorios que no sin esfuerzo intento
interconectar para crear una perfecta maraña de propósitos no me deja tiempo
para continuar explicando, de manera jocosa e informal, mis pequeñas aventuras
en California. Por lo que me dispongo a poner este blog en lo que viene siendo
un hiato.
Después
de visitar el bonito (léase esto con el mayor tono sarcástico humanamente
posible) pueblo donde se ofició el funeral de Charles Manson, al cual no me
invitaron, he hecho cosas tan interesantes como dormir en un tendejón en
Yosemite donde un Sasquatch de cartón casi me mata, o ser una de esas personas a
las que invitan a la Comic Con a hablar de cosas.
También
visité por primera vez New York, y en contra de todo pronóstico, no se me puso
cara de Paco Martínez Soria, ni me perdí en el metro, ni me atracaron una sola
vez. Vi monumentos tan importantes como la Estatua de la Libertad, o el portal
de la casa de Sarah Jessica Parker en Sexo
en Nueva York o (Sex and the City para
los que os mola la VO).
También
visité España, que ya iba siendo hora, y fui a la boda del año, que no fue la
de Meghan Markle y el Royal pelirrojo. Y aprovechando visité Portugal para ir a
tomarme unos vinos.
Entre
uno, otro, y seguir ejerciendo de científica, no me ha quedado casi tiempo este
verano para ir a la playa, o tocar el ukelele. Mucho menos para actualizar este blog con
detalles de mi vida que solo mi madre lee.
Así
que por el momento, y hasta que no me deshaga de algún pasatiempo que deje un
hueco en mi vida que tenga que rellenar con este blog, esto se queda en stand by.
Un sweet
and short post para decir “hasta pronto”.
Y
recordad, como dijo William Henry Harrison, “llevaos una rebequilla que parece
que va a refrescar”.
Continuando mi periplo
por los parques nacionales de este gran país, visité recientemente el Sequoia
National Park, ese parque donde hay árboles milenarios y gigantes, que nada
tienen que ver con los carbayones - tanto el árbol como el pastelín.
Nos aventuramos en época
aún invernal. Invernal porque todavía quedaba nieve y había pocos turistas, que
es algo que siempre se agradece. No vi ningún oso, y estoy empezando a pensar
que el hecho de que la bandera de la California
Republic tenga un grizzly me parece publicidad engañosa.
Solía pensar que viajar
a parques nacionales solo tenía interés por el parque en sí. Y es que suelen
estar en medio de la nada, rodeados de pueblos mundanos y con menos interés que
un discurso del alcalde. Pero resulta que esos pequeños pueblos que rodean
algunos de los parques esconden historias dignas del peliculón de Antena 3.
En esta última aventura
nos quedamos en Porterville,
un pueblillo a medio camino entre San Diego y Fresno, cerca de Bakersfield,
el lugar donde los sueños y las ilusiones van a morir - o así lo describen la mayoría
de los californianos no residentes allí. Sin embargo, si no fuera por
Bakersfield el mundo se habría quedado sin Korn.
Pero lo importante no es
Bakersfield, es Porterville, el pueblo donde dormimos una noche, porque la
experiencia fue demasiado inquietante como para prolongarla a dos noches como
originalmente estaba planeado.
Porterville es el pueblo
donde hace un mes se celebró el funeral
de Charles Manson, y donde se esparcieron sus cenizas. Los medios de comunicación no
especifican donde se esparcieron, así que no descarto que me haya sentado en algún
bordillo con los restos de Manson. Y es que al parecer, según los locals,
los seguidores que a Manson le quedaban decidieron mudarse al idílico pueblo de
Porterville y único reducto urbano cercano a la prisión estatal en la que
Manson pasó sus últimos días.De ahí que el funeral se celebrara en Porterville. La presión
de la familia.
Pero puede que todo esto sea fula.
Lo importante eran los árboles y la nieve, pero lo de Manson fue una alegre coincidencia que hizo la semana santa aún más anecdótica.
Hace dos semanas, para escapar de la ineptitud de los conductores
de San Diego, y para celebrar mi cumpleaños, decidí irme a Denver (Colorado, no
el dinosaurio)
a visitar a unos amigos. Me trataron como si fuese la reina
de Inglaterra – sacaron la vajilla buena y me ofrecieron té en todo
momento. Pero lo mejor es que me dieron de comer como si hubiera que gastar el
presupuesto al final de año fiscal. Esta analogía me ha salido sola, porque,
efectivamente, es ese momento del año en el que hay que hacer la declaración de
la renta, una vez más.
Denver me pareció una ciudad muy guay, con mucha construcción
(un paraíso para los jubilados), muy amplio todo, con muchos sitios para comer
y beber, más barato que San Diego, y encima tuve suerte e hizo sol y calorcillo.
Vi un anfiteatro al aire libre cuya acústica es propiciada
por las formaciones rocosas naturales, y esta gente de Colorado supo
aprovecharlo. Desde el pesao de Jason Mraz hasta orquestas sinfónicas, pasando
por Abba, infinitos artistas han tocado y siguen tocando en Red Rocks.
Siempre que hablaba de visitar Denver, había alguien que me advertía
de la facilidad para emborracharse debido a la altitud. Sinceramente, las IPA me parece que no atienden a razones y les da igual lo lejos que estés del nivel
del mar.
Lo mejor de toda la visita fue ir a caminar por las Montañas
Rocosas (o Rocky Mountains,
como las llaman aquí), para seguir alimentando mi nueva adicción de parques nacionales. No hacía nada de calorcillo y de hecho se me
congelaron las piernas, concretamente el trozo que va desde la rodilla hasta el
culo, y que científicamente se conoce como muslamen. Pero mereció la pena con
tal de ver los lagos helados y las montañas nevadas. Y también vimos elks
(que el Wordreference me lo traduce alternativamente como uapiti y es mi nueva
palabra favorita).
Panorama de las Rocosas, en todo su esplendor y altitud.
Bear Lake, completamente helado, y con un frio que no he pasado desde aquella vez en Skopje.
Un triciclo, pero ni rastro de algún guaje con poderes telepáticos.
A la vuelta paramos en el hotel Stanley, inspiración de Stephen
King para escribir su famoso El Resplandor (o The Shining, como
lo llaman aquí). Además, la miniserie basada
en el libro y para la que el propio King escribió el teleplay, fue grabada
en este hotel. La
que hizo Stanley Kubrick tuvo diferentes localizaciones, y aunque es una
obra maestra, a King no le moló y por eso repitió el proyecto en forma de miniserie
y en el hotel real fuente de la inspiración abrumadora del de Maine. No vi
ninguna presencia espectral, pero esas cosas suelen escapárseme por mi falta de
atención. En la habitación 217 al parecer, cuarto en el que originalmente se quedó
King, pasan cosas sobrenaturales y muy de cagarse, según internet. Al parecer, ha
muerto gente en esa habitación, pero por lo que leí ha sido más por falta de
seguridad que por presencias malignas. Cualquiera puede quedarse en esa habitación, o
en alguna de las otras con “alta actividad paranormal” por el módico precio de
$399 (en temporada baja).
Por un momento me emocioné creyendo que había oído las
risas espectrales de espíritus infantiles correteando por el pasillo del
segundo piso, pero para mi gran decepción, los niños estaban vivos. Antes de
abandonar el hotel sin haber tenido ninguna experiencia extrasensorial,
paranormal o aterradora, me perdí en un laberinto, y me comí una hamburguesa
vegetariana, no en ese orden necesariamente. Mencionar por último que en el
hotel Stanley también se filmó la gran obra maestra Dos Tontos muy Tontos.
Así que como habréis supuesto, una visita histórica en toda regla.
En estas escaleras mucha gente ha sacado fotos de presencias espectrales, pero se conoce que el dia que yo fui andaban tomando el vermu en otro lao.
Esa famosa barra de bar en la que Jack se pegaba sus lingotazos antes de masacrar a la family. Good times.
Inspeccionad bien las fotos, especialmente las del hotel, no vaya a ser que haya algún cúmulo de energía espectral de la que no me haya percatado.
Full disclosure: Notaréis en este post mi falta total de conocimiento de la jerga del mundo de
los estudios de televisión, y todo lo que se refiere a ellos. Así que espero
que podáis comprender lo que intento transmitir con mis palabras de persona de
a pie, consumidora de Netflix. Por supuesto, no hay fotos ni vídeos del evento, ya que los móviles y cualquier otro aparato que pueda
grabar están absolutamente prohibidos.
Ayer me fui a Burbank, a los estudios de la Warner, a ver la grabación en vivo del episodio más
reciente de la serie The Big Bang Theory, el cual no tengo ni idea cuando se va
a emitir.
A nivel personal,
esa serie no me hace reír demasiado, y tampoco es que me entusiasme como
representa a los científicos. Si recordáis haberla visto en sus inicios, los
tipos de la serie todos tenían doctorados y masters, y eran increíblemente
listos, y el único personaje principal femenino era una camarera a la que se
representaba como poco más inteligente que una lámpara del Ikea. Al menos han
evolucionado en ese aspecto: han incluido mujeres científicas, y han ascendido
a la lámpara de Ikea a un trabajo como representante de una farmacéutica, o
algo así. Podrían hacerlo mucho mejor, pero Hollywood está aprendiendo
despacito.
El proceso
completo de convertirse en miembro del público de una grabación de estas,
consiste en estar pegado al ordenador y hacer clic en el momento justo para
conseguir tickets “guaranteed”. Que
lo de guaranteed no os engañe, porque
al parecer hacen practica del overbooking,
así que en caso de que apareciera todo el mundo ese día, igual te quedas con
cara de pazguato en la calle, haciéndote fotos delante del logo de la Warner. La
espera eterna a la que te someten no es tan mala como inicialmente me esperaba.
Pero lo cierto es que desde que llegamos hasta que nos sentaron en la grada del
público pasaron unas 2 horas. Los asientos los reparten por orden de llegada,
de ahí que la gente llegue allí con 3 años de antelación. Lo grave es que hay otros
que, no habiendo conseguido tickets on-line, se van a hacer cola allí a ver si
hay suerte y quedan espacios libres. Supongo que esa gente es freelance o no tienen trabajo ni
familia.
Cuando el momento
se acerca, te guían cual grupo de preescolar desde el parking hasta el hangar
donde graban. Es tan entrañable que hasta tienen a un señor que se asegura de
que los coches paren para dejarnos pasar, con su chaleco reflectante y su luz
indicando STOP. Pasamos por el plató donde se grabó en su día Friends, esa
serie que estigmatizó a toda una generación (la culpa de nuestras relaciones
fallidas no la tiene Disney, la tiene Friends), y sobre la cual podría escribir
una tesis después de haberla visto más de 10 veces. También pasamos por una réplica
de lo que al parecer hace las veces de Chicago, de New York City, o de la
ciudad que se requiera… en el que había un trozo de parque en el que, entre
otras cosas, se grabó aquella escena en la que Phoebe (si, la de Friends)
pasaba corriendo como poseída por Central Park.
La experiencia en
sí es interesante, es algo así como ir al teatro, pero con menos calidad. Las
escenas son bastante cortas, y me resulta asombroso que a veces se les olviden
las dos líneas que tienen que decir. A veces, según la reacción del público,
cambian alguno de los chistes. Alguna vez me reí, pero lo más gracioso fue
cuando un miembro del público se puso a cantar una canción de su país natal,
China, y nos explicó que su novia le llama Corgi gordo, que estoy segura en
chino suena mucho mejor. Esto no fue un arranque de nuestro talentoso miembro
chino del público, si no que instigado por un animador que nos dirigía y
“entretenía” entre escenas, acabó haciendo un número él solo, monólogo incluído. Se ganó una foto autografiada por el elenco.
El público era
sinceramente chocante en muchos sentidos, y fue gracioso, a la par que
ligeramente preocupante, ver adultos tan emocionados como un crío de 6 años en
Disneyland por primera vez con sobredosis de azúcar. Spoiler alert (en serio) Una de las líneas argumentales del
episodio es sobre una de las parejas hablando la posibilidad de que uno de los
dos se quedase en casa cuidando de los hijos. La risa generalizada cuando uno de
los otros personajes alaba la decisión del hombre de la pareja por estar
dispuesto a romper los roles de género y ser él el que se quedase cuidando de
los bebés, me inquietó. Supongo que romper roles de género es hilarante (¿?).
En resumen, como
experiencia es entretenida, a pesar del público, y a pesar de la espera. Y a
juzgar por los coches que había aparcados a la entrada del plató, entre Teslas
y Mercedes, la gente que trabaja allí también debe de opinar lo mismo.