Hace dos semanas, para escapar de la ineptitud de los conductores
de San Diego, y para celebrar mi cumpleaños, decidí irme a Denver (Colorado, no
el dinosaurio)
a visitar a unos amigos. Me trataron como si fuese la reina
de Inglaterra – sacaron la vajilla buena y me ofrecieron té en todo
momento. Pero lo mejor es que me dieron de comer como si hubiera que gastar el
presupuesto al final de año fiscal. Esta analogía me ha salido sola, porque,
efectivamente, es ese momento del año en el que hay que hacer la declaración de
la renta, una vez más.
Denver me pareció una ciudad muy guay, con mucha construcción
(un paraíso para los jubilados), muy amplio todo, con muchos sitios para comer
y beber, más barato que San Diego, y encima tuve suerte e hizo sol y calorcillo.
Vi un anfiteatro al aire libre cuya acústica es propiciada
por las formaciones rocosas naturales, y esta gente de Colorado supo
aprovecharlo. Desde el pesao de Jason Mraz hasta orquestas sinfónicas, pasando
por Abba, infinitos artistas han tocado y siguen tocando en Red Rocks.
Siempre que hablaba de visitar Denver, había alguien que me advertía
de la facilidad para emborracharse debido a la altitud. Sinceramente, las IPA me parece que no atienden a razones y les da igual lo lejos que estés del nivel
del mar.
Lo mejor de toda la visita fue ir a caminar por las Montañas
Rocosas (o Rocky Mountains,
como las llaman aquí), para seguir alimentando mi nueva adicción de parques nacionales. No hacía nada de calorcillo y de hecho se me
congelaron las piernas, concretamente el trozo que va desde la rodilla hasta el
culo, y que científicamente se conoce como muslamen. Pero mereció la pena con
tal de ver los lagos helados y las montañas nevadas. Y también vimos elks
(que el Wordreference me lo traduce alternativamente como uapiti y es mi nueva
palabra favorita).
Panorama de las Rocosas, en todo su esplendor y altitud. |
Bear Lake, completamente helado, y con un frio que no he pasado desde aquella vez en Skopje. |
Un triciclo, pero ni rastro de algún guaje con poderes telepáticos. |
A la vuelta paramos en el hotel Stanley, inspiración de Stephen
King para escribir su famoso El Resplandor (o The Shining, como
lo llaman aquí). Además, la miniserie basada
en el libro y para la que el propio King escribió el teleplay, fue grabada
en este hotel. La
que hizo Stanley Kubrick tuvo diferentes localizaciones, y aunque es una
obra maestra, a King no le moló y por eso repitió el proyecto en forma de miniserie
y en el hotel real fuente de la inspiración abrumadora del de Maine. No vi
ninguna presencia espectral, pero esas cosas suelen escapárseme por mi falta de
atención. En la habitación 217 al parecer, cuarto en el que originalmente se quedó
King, pasan cosas sobrenaturales y muy de cagarse, según internet. Al parecer, ha
muerto gente en esa habitación, pero por lo que leí ha sido más por falta de
seguridad que por presencias malignas. Cualquiera puede quedarse en esa habitación, o
en alguna de las otras con “alta actividad paranormal” por el módico precio de
$399 (en temporada baja).
Por un momento me emocioné creyendo que había oído las
risas espectrales de espíritus infantiles correteando por el pasillo del
segundo piso, pero para mi gran decepción, los niños estaban vivos. Antes de
abandonar el hotel sin haber tenido ninguna experiencia extrasensorial,
paranormal o aterradora, me perdí en un laberinto, y me comí una hamburguesa
vegetariana, no en ese orden necesariamente. Mencionar por último que en el
hotel Stanley también se filmó la gran obra maestra Dos Tontos muy Tontos.
Así que como habréis supuesto, una visita histórica en toda regla.
En estas escaleras mucha gente ha sacado fotos de presencias espectrales, pero se conoce que el dia que yo fui andaban tomando el vermu en otro lao. |
Esa famosa barra de bar en la que Jack se pegaba sus lingotazos antes de masacrar a la family. Good times. |
Inspeccionad bien las fotos, especialmente las del hotel, no vaya a ser que haya algún cúmulo de energía espectral de la que no me haya percatado.
Elen
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