Una de las mayores alegrías (léase con tono sarcástico) de vivir en los states es la falta total de sanidad pública*.
Después de vivir aquí durante dos años sin caer gravemente enferma ni tener ningún accidente horrible (lo cual es admirable cuando se tienen en cuenta todos los factores), he decidido familiarizarme con el sistema sanitario en caso de que la suerte y el karma dejen de ajuntarme.
Primero os voy a explicar las opciones de seguro sanitario que nos ofrecían en el trabajo:
Opción A: pago de una cuota de $100 al mes, para luego, cada vez que vayas al médico pagues a medias con el seguro (o el porcentaje correspondiente que no recuerdo con exactitud). En general, una consulta “normal” eran $25, una de emergencia (creo recordar) eran $50, pedir una ambulancia te costaba $500, y así todo. Me decían que era la mejor opción en caso de tener dependientes (i.e. descendencia y esas cosas) o enfermedades crónicas (no es lo mismo? Ja ja, festival del humor). En cualquier caso, no mi situación.
Opción B: pago de una cuota de $50 mensuales, y cuando vayas al doctor pagas el precio normal íntegro de tu bolsillo, hasta el tope (lo que en España llaman franquicia y en inglés “deductible”) de $1500. Cuando alcanzas ese tope, la leyenda dice que el seguro cubriría el 100% de los gastos médicos (o según qué cosas, el 80%). Pero asumo que eso ocurre en un mundo ideal, y que en la realidad tendrás que rellenar decenas de impresos para demostrar que lo que sea que te ocurrió no era una “condición preexistente” (que no eres defectuoso de serie) o alguna desfachatez similar. Lo bueno de esta opción es que mi trabajo, al mismo tiempo, nos ingresa en una cuenta para gastos médicos (controlado, no te lo puedes gastar en birra) unos $60 al mes.
Aviso: los números son aproximados, porque no me acuerdo muy bien ni me apetece mirarlo para informaros con abrumadora exactitud.
"Lo mejor de ser doctor es ayudar a la gente a cambio de ingentes cantidades de dinero".
Después de una crisis de estrés y muchas conversaciones con varios compañeros de trabajo, me decidí por la opción B y rezar (nota: aunque apostates no se te prohíbe rezar) para no acabar con una repentina apendicitis (o similar) antes de tener $1500 en la cuenta de gastos médicos. Hasta ahora, ha funcionado.
Pero reflexionando hace poco sobre el hecho de que si algo ocurriese no tengo ni idea de qué hacer ni un médico al que ir si un día me despertase con, digamos, una fiebre de esas que te hacen ver cosas derritiéndose en las paredes, pensé que sería bueno aprovechar uno de esos “servicios incluídos” en el seguro y elegir un médico de cabecera que me extienda las recetas, llegado el caso. Así que elegí un doctor octogenario de las inmediaciones para comenzar mi travesía por el fabuloso mundo de la asistencia médica privada estadounidense.
Me sonó muy despiadado, a ultimatum chungo. Después de que me pincharan varias veces en los dos brazos (en parte porque nunca me encuentran la vena del derecho), me fui de allí azotada ante la despiadada realidad y pensando que quizás fuera una buena idea montar un laboratorio clandestino en el cuarto de las escobas de mi complejo de apartamentos y cobrar todas estas pruebas muy baratas, sin intermediarios ni seguros. Convertirme en algo así como la heroína anónima de las pruebas diagnósticas. De momento no he desarrollado la idea en profundidad, pero la he puesto en la lista de alternativas laborales, justo por detrás de ninja y recolectora de nueces.
Esto ha sido un simple análisis de sangre rutinario, pruebas que en realidad podría hacer yo misma en el laboratorio (DIY!). No sé cuánto me van a cobrar, pero lo que es peor, me ha hecho pensar en la realidad del sistema, en lo cruel que debe resultar en las familias sin demasiados ingresos y diversas enfermedades. Si no tienes dinero, no te queda otra que morirte. Los sacrificios a los dioses del siglo XXI. Sabía que era una putada de sistema, sabía que era caro todo lo que el seguro no cubra (por ejemplo, quedarse embarazada con mi seguro, en su opción familiar, viene a costar $5000 de tu bolsillo), lo que no sabía es que te chuleaban sin decirte ni el precio de las pruebas que vas a hacerte.
Por eso es tan normal cruzarse la frontera y tener médico en Tijuana. He conocido a mucha gente que opta por eso ante la imposibilidad de afrontar las facturas médicas. Y no os estoy hablando de gente por debajo del umbral de la pobreza. De hecho, hace poco un muchacho me contó cómo una operación de rodilla que a este lado de la frontera le hubiera costado decenas de miles de $, le salió por un precio mucho más asequible conduciendo una hora hacia el sur y adentrándose en el sistema sanitario mexicano. Todo esto por recomendación de su doctor estadounidense, el cual le llevó en coche amablemente hasta la consulta de su homólogo mexicano. Otro tipo de business, me imagino, que consiste en derivar a tus clientes/pacientes insolventes estadounidenses hacia la consulta mexicana. Y todos “contentos”.
Así que supongo que de momento me seguiré aplicando la técnica de rezar y de “ir por lo segao”. Si no, ya os enviaré mi link de crowdfunding.
PS: Estoy sanísima. *Alegraos y sentíos orgullosos del sistema sanitario español. |
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