Sunday 25 October 2015

Ser turista y sobrevivir

Cuando una persona se va de viaje a algún sitio, en el momento en el que se monta en el avión (o cualquiera que sea el medio de transporte elegido para llegar a su destino) se convierte en turista y por tanto, sufre la pérdida automática de todo vestigio de dignidad humana.
Yo, incluida. Y eso que hago grandes esfuerzos para parecer local. Camino por la calle con decisión como si supiera a dónde me dirijo (lo cual provoca grandes pérdidas de tiempo tratando de volver al camino correcto), a veces incluso saludo a los viandantes y los llamo por sus nombres de pila (que me invento). Es un problema que tengo. Odio ser turista.

Pero así me he pasado las dos últimas semanas. Siendo turista en mi ciudad y en algún otro sitio. Y como soy una hater, voy a empezar hablando del sitio más despreciable del mundo (con perdón de Las Vegas): Los Angeles. También porque, cronológicamente, comencé por aquí en el tour californiano que les brindé a mis padres los cuales vinieron a visitarme y hacerme croquetas.

Tuve que ser, por tercera vez, turista en LA. No todo en LA es malo, hay ciertas áreas que no dan tanta cascancia, pero Hollywood es uno de los sitios más decepcionantes del universo. Un fin de semana entero me quedé allí, y una vez más, sobreviví. La ventaja de esta ocasión es que estuve en un hotel de esos en los que las estrellas de cine van a suicidarse de sobredosis de barbitúricos en la bañera. De hecho, el hotel estaba justo detrás del teatro Dolby (anteriormente conocido como Kodak), que debería sonaros porque es donde se celebran los Oscar (ya sabéis, esa ceremonia a la que Jennifer Lawrence va a tirarse al suelo). Estábamos en una habitación en la planta 14, con grandes ventanales desde donde podía divisarse la gran senal de Hollywood, pero no escupir a los viandantes ya que dichos ventanales no se abrían.

Hollywood
No puedo destacar nada de Hollywood, porque nada es destacable. El suelo está pegajoso (asumo que del sudor de los cientos de miles de turistas que deben de pasar por allí cada mes), la calle está repleta de tipos que ofrecen tours en buses para ver las casas de las celebrities y chorradas similares, de muchas estrellas con nombres de personas (y cosas) famosas (las cuales, no te engañes, no conoces ni el 20%) y de gente que hace performances no sé exactamente con qué fin (están contratados por la sociedad de comerciantes del Paseo de la Fama para mantener a los turistas boquiabiertos y patidifusos y por tanto más fáciles de engañar?, son wannabes que esperan ser descubiertos por agentes que pasean por Hollywood en su tiempo libre?, lo hacen por amor al arte y a las propinas de los viandantes?). Esta vez no interaccioné con casi ninguno (quizás ya estoy consiguiendo el look de local que tanto ansío) pero sí que le di una potente y satisfactoria palmada en el culo a un muchacho que iba vestido del doctor Frank N Furter (The Rocky Horror Picture Show). Que conste que me lo pidió él.

Consejo (de esos que sé que nunca nadie seguirá): si alguna vez venís al sur de California y tenéis que elegir entre ver LA o visitar cualquier otro sitio (cualquiera, incluso Barstow), elegid el otro. LA no merece la pena. Hollywood os decepcionará y hundirá vuestros sueños y quizás cojáis alguna infección de piel (en el mejor de los casos). Y nunca, NUNCA, vayáis a Malibu.

Mis padres, sin embargo, que son gente sencilla de provincia, naturales de la cuenca minera, que gustan de cenar pizzas de 50cm de diámetro y desafiar a los agentes de la ley, disfrutaron de LA. De LA y de todo lo demás que vino después.

La siguiente parada fuera de San Diego fue el Grand Canyon. Pero sinceramente, ni voy a describirlo ni voy a subir fotos. Porque cualquier cosa que os diga, os enseñe u os trate de describir, no le va a hacer justicia. Es algo que hay que ver en directo.

Había muchos turistas con problemas de movilidad (ya fuera por obesidad o por otras razones desconocidas) que se desenvolvían maravillosamente. Da igual lo vago o inmóvil que seas, serás transportado de un punto a otro sin problema. Porque aquí los parques naturales están preparados para que no tengas que esforzarte. Aquí es bastante fácil observar esa pérdida de dignidad automática de los turistas al intentar hacer la foto más original. Asumo que muchas muertes absurdas habrán presenciado el Grand Canyon y las ardillas que por aquí retozan. Además me di cuenta de que los turistas, no sólo pierden la dignidad, sino también el sentido del civismo, cuando vi basura tirada por las esquinas de los caminos (botellas de agua, paquetes de plástico, bolsas de patatas fritas…). Y el problema es que en un sitio como en el Grand Canyon no puedo disimular. Todos pertenecemos a la subespecie turista, aunque personalmente conserve mi civismo.

Ardillita jugando con la mierda que los turistas desaprensivos dejan tirada por ahí.

Consejo: si alguna vez aterrizáis cerca del Grand Canyon, haced lo posible para visitarlo. Merecen la pena todas las horas que haya que conducir desde donde sea.


Chardonnay post-City Lights Books.
Otra de las paradas que hicimos fue San Francisco. Era mi segunda vez. San Francisco me gusta. Aunque sólo sea por el barrio de North Beach, donde se encuentra la librería City Lights, fundada por el poeta Lawrence Ferlinghetti, el cual fue juzgado en su día por obscenidad al publicar la obra Howl de Allen Ginsberg. Si te gusta la literatura beatnik y toda aquella movida que se coció en San Francisco en los 50, este es un punto obligado. Si sabes leer seguramente también lo disfrutes. Ambas visitas a San Francisco han tenido como condición esencial pasar por esta librería, comprar libros y terminar en el café Vesuvio comentando la jugada (three glasses of Chardonnay, please, thank you), punto donde tipos como Jack Kerouac venían a tomarse el carajillo. Como no soy Tripadvisor no voy a mencionar el resto de enclaves turísticos que visitamos. Si os mencionaré que un señor muy raro con camisa de cuadros y un iPhone 5 nos estuvo siguiendo durante más de 1 milla en Market Street. Tan poco discreto era el caballero que cuando me paré a contemplar una pared, se paró a mi lado mirando fijamente el mismo punto vacío. Intenté despistarlo haciéndolo creer que cruzaba la calle en una dirección para, en el último segundo, salir corriendo en la dirección contraria. Al final a quien casi perdí fue a mis padres. El hombre acabó desistiendo tras media hora de persecución lenta y absurda, pero no sin acojonar a mi madre con relativo éxito.

Consejo: si vais a San Francisco, haced lo que queráis. Todo mola. Y haced como mi madre, id agarrados a un bolso lo suficientemente pesado como para knockear a cualquier raruno que os persiga por la calle, llegado el caso.

El resto de la visita consistió en un exhaustivo recorrido de todos los barrios de San Diego, de hacer comer a mis padres en los sitios más buenos que he conocido en este tiempo que llevo aquí, presentarles a algunos amigos autóctonos (y no tan autóctonos) para que me pusieran en evidencia (la venganza llegará algún día) y llevar a mi madre al outlet a que se volviera loca y se sumergiera de lleno en este nuestro sistema capitalista. También me los llevé a visitar a la tribu del desierto que debió inspirar Las Colinas Tienen Ojos, en SalvationMountain (que consiste en una pila de heno sobre tierra, llena de colorines y dedicada a Dios, al arrepentimiento y a los plastidecor).

Al fondo, la familia de mineros mutantes de Las Colinas Tienen Ojos.

Salvation Mountain.
Consejo: si alguna vez venís a San Diego, me pegáis un toque. Quizás intente disuadiros de la idea de visitarme porque a pesar de todo, odio hacer de guía turística tanto como odio ser turista. Pero siempre os ofreceré un sofá donde caeros muertos y un café calientito para desayunar. Aunque el resto del tiempo me lo pase gritándoos “guarda ese mapa que pareces turista!”

Luv

Elen