Monday 11 May 2015

El LSD podria ayudarte a ganar un Nobel

Me propuse, al principio, que no iba a hablar de ciencia. Pero supongo que es difícil cuando, aproximadamente, el 30% de las horas de mi semana están dedicadas a ella (30% es una mala aproximación, ya que muchas veces las mejores ideas se me ocurren en la ducha, tomando el café por la mañana o hablando con mi compañera de piso de lo que molamos aunque nadie lo reconozca).



 No recuerdo muy bien cuando decidí que lo mejor era dedicarme a la ciencia. Sí recuerdo, por ejemplo, pensar que el ciclo vital de Alien era una pasada y que siendo ciencia-ficción seguramente la naturaleza real fuese también bastante guay (recuerdo garabatear el ciclo para intentar comprender en que momento el face-hugger se convertía en el bicho que salía reventando el tórax de los más inútiles de la tripulación). También recuerdo en alguna clase de bioquímica pensar que era bastante fascinante que la vida pudiera reducirse a glúcidos, lípidos, péptidos y ácidos nucleicos.


Yo estoy en el primer escalón de la biomedicina. Nosotros nos manchamos las manos y nos quemamos el cerebro pensando qué conexión hay entre esta proteína y este proceso, y por qué estas cosas pasan. Tenemos que hacer malabares intelectuales para acabar relacionándolo, aunque sea remotamente, con algún tipo de enfermedad, para que algún organismo/institución/filántropo nos financie. Porque lo que mola es estudiar enfermedades, hacerle creer a la gente que tu solito vas a ser capaz de curar el Alzheimer un día de estos. Siento deciros que eso solo pasa en las películas. Cuando alguien, un día, consigue una respuesta (por ejemplo, una vacuna) a una pregunta (una infección), es por la combinación de los esfuerzos de mucha gente, de muchos grupos de investigación en diferentes países, universidades e instituciones, durante muchos años. Aunque la gloria al final se la lleve uno solo. Y para ilustraros esto, os voy a contar una historia que a mí por lo menos me inspira a seguir en la ciencia en esos días en los que quiero mandar todo a la puta mierda, comprar una RV e irme con el ukelele a recorrer el continente con un sombrero de paja nada más.

En 1969, Thomas Dale Brock (los que estudiasteis Biología os sonará ese nombre aunque sea solo por el libro de Microbiología) junto a su estudiante Hudson Freeze (el cual por aquel entonces aun cursaba su licenciatura, tengo entendido, y ahora trabaja en el instituto de investigación de la calle de enfrente y tiene, por supuesto, su propio laboratorio además de ser profesor en UCSD) estaban trabajando en el parque de Yellowstone recogiendo muestras bacterianas de los geiser. Hasta entonces, se creía que las bacterias no podían vivir por encima de los 55°C, pero fueron capaces de aislar un organismo al que bautizaron como Thermus aquaticus y que es capaz de sobrevivir a temperaturas de hasta 80°C. Así contado, a no ser que seas microbiólogo o científico (y quizás ni con eso) el descubrimiento parece poco interesante.

A la izquierda, Brock y a la derecha, T. aquaticus.

Catorce años después, en 1983, Kary Banks Mullis, biólogo molecular, químico, surfero y aficionado a los psicotrópicos, inventó la Polymerase Chain Reaction (PCR), una serie de reacciones que permitirían replicar ADN a partir de una muestra muy pequeña con la que, de otra manera, no se podría trabajar. Así, por ejemplo, imaginaos que queréis tejer una bufanda pero solo tenéis una hebra de lana. Con esta técnica esa hebra de lana podría dividirse muchísimas veces para daros el ovillo que al final os permitiría tejer vuestra bufanda. La PCR, hoy en día, es básica para un biólogo molecular. Se dice que esta técnica en realidad fue primeramente descrita unos años antes, en 1971, por Kjell Kleppe. Pero la versión de Mullis estaba mejorada y por ello recibió el premio Nobel de Química en 1993. Kary Mullis ha declarado, en varias ocasiones, que si no fuera por el LSD probablemente no hubiera llegado a inventar/mejorar la PCR. También cree en la astrología, los aliens, la inexistencia del VIH y otras cuantas cosas que explica en su libro “Dancing Naked in the Mind Field”, lectura que recomiendo, especialmente a la gente que dedica su vida a la ciencia.

Kary Mullis en su versión surfera

El problema que presentaba la PCR de Mullis era que necesitaba una enzima (proteína que hace que las reacciones químicas lleguen a ocurrir de manera más eficiente) que, desafortunadamente, se degradaba a las temperaturas que la reacción ocurría, obligando a reemplazarla en cada nuevo ciclo de multiplicación del ADN (es decir, convirtiendo la técnica y la gran idea en un coñazo muy poco eficiente).

Y como creéis que se solucionó este problema?

Otro tipo muy inteligente, el cual desconozco si también tenía afecto por alguna sustancia ilegal, llamado Randall Saiki, tuvo la brillante idea de aislar dicha enzima de la anteriormente mencionada bacteria Thermus aquaticus que nuestros colegas Brock y Freeze habían descubierto hacía más de una década. La bautizó como Taq polimerasa y la utilizó con éxito en la PCR, permitiendo la total automatización de la técnica y lo que es más importante, proporcionándonos a los científicos agradables coffee breaks o incluso dejando a la máquina haciendo el trabajo para que al día siguiente cuando llegues a currar, tengas a tu ADN replicado y esperándote para hacer con él lo que quieras.

La banda de en medio y la de la derecha son ADN tras la PCR. Uno de mis experimentos durante la tesis. Uno de los que salió bien.

Pero, insisto, el premio Nobel por la PCR sólo se lo llevó Kary Mullis (compartido con Michael Smith por otra técnica estrechamente relacionada, llamada mutagénesis dirigida).

Y después de todo esto, quizás penséis que es una historia interesante, pero que en vuestra vida es algo totalmente irrelevante. Pues bien, os equivocáis. Habréis visto en cientos de películas y series cómo la policía va a buscar ADN a la escena del crimen. Puede que dé la impresión de que las escenas del crimen están impregnadas de ADN por todos lados, que hay que recogerlo con pala, pero no es así. De hecho, es bastante infrecuente conseguir suficiente ADN como para que se pueda analizar y sacar algún resultado. Los crímenes anteriores a la década de los 90 no disponían del trabajo resultante de la accidental colaboración entre Brock, Freeze, Mullis y Saikis. Así que desde entonces, los casos en los que es posible conseguir ADN, la PCR se encarga de que cualquiera que sea la cantidad, se convierta en suficiente para analizarla y compararla, por ejemplo, con el ADN del sospechoso. De esta manera, se han encontrado los culpables de muchos crímenes que de otra forma quizás habrían salido indemnes, o se ha probado la inocencia de otros tantos que fueron erróneamente acusados por estar en el momento y lugar equivocados. Gracias a la PCR también podemos hacer test de paternidad o saber si ese papilomavirus que te han encontrado es el que te puede llegar a causar cáncer.

En definitiva, cualquier pequeño descubrimiento en ciencia es importante porque quizás ahora no sepamos cómo va a repercutir, pero en un futuro podría ser clave para el desarrollo de algo más grande. Así, si Brock y Freeze no hubieran descubierto aquella bacteria, a Saikis no se le hubiera ocurrido implementarla en la PCR de Mullis y convertirla en una técnica súper-eficiente y rentable que todos los laboratorios del mundo han adoptado.
Por eso, aunque a veces lo que hacemos suene aburrido porque no hacemos ensayos clínicos molones que El País pueda publicar en sus blogs de ciencia, es igualmente importante (e incluso más molón, aunque aún estemos aprendiendo a venderlo). Leed ciencia, aprended de la ciencia, hablad con los científicos que conocéis. Y sobre todo, desarrollad pensamiento crítico. Que no sea El País (por poner un ejemplo) vuestra única fuente de información (ya sea para ciencia o cualquier otra cosa).

Elen


PS: Si hay algún error, no duden en corregirme en los comentarios.

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