Continuando mi periplo
por los parques nacionales de este gran país, visité recientemente el Sequoia
National Park, ese parque donde hay árboles milenarios y gigantes, que nada
tienen que ver con los carbayones - tanto el árbol como el pastelín.
Nos aventuramos en época
aún invernal. Invernal porque todavía quedaba nieve y había pocos turistas, que
es algo que siempre se agradece. No vi ningún oso, y estoy empezando a pensar
que el hecho de que la bandera de la California
Republic tenga un grizzly me parece publicidad engañosa.
Solía pensar que viajar
a parques nacionales solo tenía interés por el parque en sí. Y es que suelen
estar en medio de la nada, rodeados de pueblos mundanos y con menos interés que
un discurso del alcalde. Pero resulta que esos pequeños pueblos que rodean
algunos de los parques esconden historias dignas del peliculón de Antena 3.
En esta última aventura
nos quedamos en Porterville,
un pueblillo a medio camino entre San Diego y Fresno, cerca de Bakersfield,
el lugar donde los sueños y las ilusiones van a morir - o así lo describen la mayoría
de los californianos no residentes allí. Sin embargo, si no fuera por
Bakersfield el mundo se habría quedado sin Korn.
Pero lo importante no es
Bakersfield, es Porterville, el pueblo donde dormimos una noche, porque la
experiencia fue demasiado inquietante como para prolongarla a dos noches como
originalmente estaba planeado.
Porterville es el pueblo
donde hace un mes se celebró el funeral
de Charles Manson, y donde se esparcieron sus cenizas. Los medios de comunicación no
especifican donde se esparcieron, así que no descarto que me haya sentado en algún
bordillo con los restos de Manson. Y es que al parecer, según los locals,
los seguidores que a Manson le quedaban decidieron mudarse al idílico pueblo de
Porterville y único reducto urbano cercano a la prisión estatal en la que
Manson pasó sus últimos días. De ahí que el funeral se celebrara en Porterville. La presión
de la familia.
Pero puede que todo esto sea fula.
Lo importante eran los árboles y la nieve, pero lo de Manson fue una alegre coincidencia que hizo la semana santa aún más anecdótica.
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