Llevaba, como buena asturiana, quejándome desde
noviembre por la falta de calor bochornoso y sol abrasador. Afortunadamente, la
etapa de dormir en pelotas ha sido inaugurada hace dos domingos y me he ido en
cuanto he podido a asarme en la playa. Todo un éxito porque esta vez solo me he
quemado el 20% de la espalda. Por desgracia, tuve que presenciar una de las
escenas más tristes hasta ahora. Y triste no en plan escena final del “Diario
de Noah”, si no triste de lamentable, del nivel de un discurso de Rajoy o una
reflexión de Mariló.
Estaba yo tirada en la toalla, escuchando música en
mi reproductor de mp3, directamente importado de los 90, cuando me di cuenta de
que muy cerca de mí había alguien dando voces. Un energúmeno ataviado con gorra
de baseball y una camiseta de algo irlandés le gritaba al apacible hombre que
se encontraba a mi lado. Al parecer, el detonante de la pelea verbal unilateral
(el único que gritaba e insultaba era el energúmeno) fue el hecho de que el
apacible hombre llevaba un tanga rosa. Sí, amigos, al parecer llevar un tanga
rosa si eres hombre (nunca he visto a nadie gritándole a una mujer en la playa
por ir en tanga) es una cosa horrible.
El señor del tanga lo único que había hecho desde
que yo me había posado en mi toalla era tomar el sol y acercarse a la orilla a
remojar el culete, como hacíamos todos los demás en esas temperaturas de 1000
grados (Fahrenheit). Lo menos despectivo que le gritó fue “faggot” (maricón),
le gritó que cómo se atrevía a andar por ahí con “eso colgando”, que tenía una
hija pequeña (estará henchida de orgullo con un padre así) que podría verlo
(porque en una playa californiana lo último que esperas ver son cuerpos, aham),
que la playa era un lugar familiar (wtf?), que se tapara con la toalla y se
fuera y un largo etcétera de incongruencias. El hombre que estaba siendo
atacado agachó la cabeza y sin contestar ni a una sola de las subnormalidades,
comenzó a recoger sus cosas, se cubrió con una toalla y justo cuando se
disponía a marcharse un hombre que había presenciado la escena se acercó al
energúmeno para instarle a que se calmara y dejara de gritar “fuck” y todos sus
derivados. Imaginaos, el energúmeno entonces empezó a cargar contra este hombre
el cual mantuvo una admirable calma y sonrisa hasta que el energúmeno y sus
excusas utilizando a su hija como justificante para su actitud se fue
corriendo, no estoy segura de por qué (quiero creer que se dio cuenta de que
estaba haciendo el ridículo). El héroe (sí, porque de los que allí estábamos
ninguno nos dignamos a intervenir) y el hombre del tanga se saludaron, el uno
se disculpó con el otro en nombre de la humanidad y el otro le dio las gracias
al uno, para irse cada uno por su lado. En medio de la vorágine mediática que
creó lo de Orlando (y no es para menos), lo último que me hubiera esperado era
presenciar tal escena en un lugar tan público y concurrido. Solo espero que la
hija del energúmeno tenga una infancia feliz y una educación adecuada para que
se dé cuenta a tiempo de que su padre es un imbécil. Así que celebrar el
orgullo gay sigue siendo necesario, que para ver discriminación no hace falta irse
a algún país del oriente medio de los que salen en las noticias.
Pero en otro orden de cosas, y mucho más feliz, hace
dos semanas visité la feria del condado con un grupo formado por la gente más
divertida e inteligente que he conocido por aquí (que no es poco). Y amantes
confesos del deep-fry. Recordáis el capítulo de los Simpsons en el que
Homer se hace feriante? Es un fiel reflejo de lo que puedes esperarte en la
feria. Los juegos que desafían las leyes de la física para ganar peluches
GIGANTES no son demasiado diferentes de los de las ferias de España, si os soy
sincera. De hecho, la feria del condado, con sus atracciones y puestillos
vendiendo desde jacuzzis hasta rayadores de queso mágicos o líquidos para
limpiar las joyas de la abuela, es una mezcla entre la Feria de Muestras de
Gijón y la feria de la Ascensión. Y es que también hay muchos animalinos de
granja: cabras, vacas, cerditos, caballos, vacas otra vez… Asturies no tiene
nada que envidiarle a California. Excepto que la comida en esta feria era,
cuanto menos, mucho más chocante que un pepito de ternera o un paquete de
churros. Y es que, junto a los circuitos de gente vestida de cowboy disparando
globos con balines, la comida es lo que caracteriza la feria del condado. Me
mantuve fiel a mi dieta meat-free, pero no pude evitar fascinarme con las delicatesen
que ofrecían: triple hamburguesa entre dos donuts haciendo las veces de
panecillo, waffle de pollo en un palo (tienden mucho a poner las cosas en
palos), patas de pavo envueltas en bacon, bacon cubierto de chocolate, salsa
kool-aid, y cualquier cosa que se os pueda ocurrir rebozada y frita (deep-fried):
queso, aguacate, limonada, oreos, helado, champiñones, pizza, y un largo
etcétera que ni siquiera alcanzo a recordar. Tengo que decir que todo lo que
probé resultó estar riquísimo, porque el deep-fry nunca falla. Y es que las
cosas de la vida que saben bien son todas las que provocan cáncer o
enfermedades coronarias.
Chicken Charlie's te lo fríe todo. Totally! |
Mi ranking, por orden de deliciosidad, de las cosas que pude probar es
el siguiente:
- Deep-fried cheese curds.
- Deep-fried avocado.
- Funnel cake (esto viene a ser churros pero con otra forma).
- Deep-fried oreos.
- Zucchini curly fries.
También tuve la suerte de asistir a un show bastante patético de un
hipnotizador, ver una carrera de cerditos y comerme un bicho (aunque eso ya lo hice en Tijuana en su día). Los grandes perdedores de este evento son, sin duda
alguna, los animalinos. No puedo imaginarme al estrés al que tienen que estar
sometidos con tanta gente tocándolos, el ruido y todas las chorradas que les
obligan a hacer para divertimento de los que asistimos a tan magno y americano
evento.
La feria
del condado: I’ve seen it once, I’ve seen it all.
El inicio de la montaña de patas de pavo, con o sin bacon envolviéndolas. Al gusto del consumidor. |
No comments:
Post a Comment