Si alguien nació en 1959, le pasará que este año cumplirá 60
años. Que es justo lo que le pasa a mi padre hoy*, y por lo que saco a este blog
de sus cenizas.
Mi padre es un señor que nació en un pueblín llamado La Limosnera, donde se cayó cuando era pequeño y casi se queda sin dientes. De
aquella como no había ortodoncistas se arregló el desaguisado dental con un
sistema que incluía una pinza, al más puro estilo Bricomania, porque la gente
de la cuenca minera está llena de recursos.
Cuando era pequeña y teníamos que decir en clase cual era el
trabajo de nuestro papá yo decía que trabajaba en un banco. “Entonces es
banquero?” decía la maestra. “No”, respondía yo. - “Y entonces, qué hace?” –
“No lo sé. Algo con ordenadores”.
Era el tipo más inteligente que conocía. Luego le pasó como
a todos los padres del mundo, que a medida que crecemos van perdiendo esa
omnipotencia que les atribuimos. Aun así sigo pidiéndole consejo a pesar de que
no estemos de acuerdo en muchas cosas. Y sigue siendo una de las personas con
las que más me rio (en parte porque no tenemos filtro entre nosotros).
Con mi padre desarrollé mi instinto de supervivencia aquel
verano que mi madre nos dejó solos, y teníamos que hacernos la comida todos los
días. Por mi culpa, se bebió una mosca que yo había dejado agonizando en una
taza.
Con él veía
Expediente X con la única finalidad de reírnos de las corbatas de Mulder.
Hace el mejor arroz con leche del mundo, aunque se niega a
preparármelo cada vez que visito bajo endebles excusas que no me creo.
Tiene un sexto sentido para encontrar los mejores
restaurantes cuando nos lleva por ahí a visitar sitios.
Colecciona sellos, y monedas. Que viene a ser como la versión
uncool de coleccionar vinilos. Todo
indica que el gen nerd lo heredamos
mi hermano y yo de él.
Cuando éramos pequeños jugaba mucho con nosotros. Uno de los
recuerdos más bonitos que tengo de mi infancia es de esos días en los que bien
porque llovía o porque a mis padres no les daba la gana de sacarnos de casa,
nos quedábamos en el piso todo el día y mi padre se dedicaba a escondernos
pistas por la casa, a modo de scavenger hunt, hasta que dábamos con “el tesoro”. En realidad no había ningún tesoro,
el premio era el orgullo de haber resuelto todos los acertijos, o si alguna vez
hubo un premio material, no lo recuerdo. Está claro que a mí lo que me molaba
era el orgullo de haberlo resuelto. Quien sabe, quizás por eso ahora me dedico
a resolver misterios neurobiológicos…
Gracias a la creatividad de mi padre, una vez gané un
concurso de dibujo y me regalaron una mountain bike de la que luego me caería muchas
veces.
Mi padre nos llevaba a caminar por el monte, y ahora cuando
visito nos vamos por la ruta de Fuso, que es a lo que nos da tiempo.
Mi padre me enseñó a no dejarme avasallar por nadie. Una vez
un payaso (literal, de esos que se ponen maquillaje y trabajan en el circo) por
intentar hacerse el gracioso me quitó un puñado de gusanitos. A mi edad, que
era temprana, me pareció una afrenta imperdonable, y mi padre me enseñó por
primera vez a hacer un corte de mangas para salvar mi honor y orgullo heridos.
Por eso los payasos no me gustan, Pennywise no tuvo nada que ver con ello.
El humor negro lo aprendí de él. El hacer las cosas
siguiendo un método lo aprendí de él. El ser ante todo práctica lo aprendí de él.
El valor de a veces callar hasta estar seguro de lo que vas a decir también lo aprendí
de él.
Mi padre también se reía mucho cuando le decía que encontraría
la manera de vivir en California. Y hoy, desde lo más al sur de California que
una se puede ir, y en contra de sus predicciones de que vendría a recoger
nueces, le deseo el mejor 60 cumpleaños que un señor de Limosnera pueda desear.
<3
Elen
*Entiéndase
hoy por horario español, es decir, 30 de Octubre.