Me
gustan los road trips porque por
mucho que los organices (cosa que ya de por sí se me da fatal) siempre surgen
imprevistos, buenos y malos, que son los que hacen del viaje una historia para contar
durante la sobremesa de alguna cena con gente aburrida (cosa que no os deseo a
ninguno).
El plan
era ir a la Las Vegas, Los Angeles y volver a San Diego de una pieza. Y lo
hicimos bastante bien. Esta vez no nos quedamos sin gasolina en medio del
desierto ni acabamos durmiendo en sitios con sangre en el suelo (o por lo
menos, la habrían limpiado).
La primera noche la pasamos en un lugar a medio
camino entre San Diego y Las Vegas llamado Barstow. Noche de motel, con su
piscina para arrojar los cadáveres de la noche anterior y que luego venga
Grissom a determinar sus cosas. Antes de llegar allí nos hicimos un tramo de la
mítica ruta 66. Llamadme romántica, pero me encantó todo ese ambiente tan “Las
colinas tienen ojos” y la soledad de la carretera. Paramos en unos de los
sitios más increíbles que he visto, el Bottle
Ranch de Elmer. No vimos al bueno de Elmer, pero me lo imagino como un señor
que por menos de nada, te dispararía con su escopeta. Pero no fue el caso y
pudimos pasear tranquilamente por el rancho sin que Elmer o algún mutante ex-minero
resentido (era ese el argumento de “Las colinas tienen ojos”, no?) saliera a asesinarnos.
Ruta 66 |
Las colinas tienen ojos |
Elmer's Bottle Ranch |
Y más del Bottle Ranch de Elmer. Debe de ser un tipo interesante.
Esa
noche, cuando llegamos a Barstow, que está como a 10 minutos conduciendo del
rancho, como no había absolutamente NADA que hacer ni ver allí, acabamos en EL
BAR (porque sólo había uno) tomándonos pintas de cerveza. Puede que sea el
único bar de USA donde las pintas de cerveza son, en realidad, más grandes que
una pinta real. Todos los autóctonos, que debieron vernos como dos imbéciles
vulnerables, nos aconsejaron no aceptar bebidas de extraños una vez en Las Vegas.
Desafortunadamente, nadie nos ofreció, haciéndome sospechar que es una leyenda
parecida a la que nos cuentan nuestras madres sobre ese tipo que da droga gratis
a la puerta de los coles. Acabamos hablando con Myron, un indio americano del
pueblo Acoma que nos enseñó la necrológica de su padre en internet, un indio
navajo. Cuanto menos, fue interesante.
Al día
siguiente, rumbo a Las Vegas, con parada en un diner de los 50. Y no, no os creáis que es un diner decorado como si fueran los 50. Es un diner de aquellos años de posguerra, auténtico. Las camareras también
eran de los 50 y te rellenan la taza de café mientras te llaman sweetheart o algo así. También paramos
en el outlet en la frontera entre
California y Nevada. Unteresting. Y a
partir de ahí, kilómetros y kilómetros de carretera recta, rodeada de desierto
infinito.
De Las Vegas
podría contaros mucho, o nada. Sinceramente, siempre creí que me gustaría por
lo casposo y hortera que es. Sin embargo, esos conceptos alcanzan un nuevo
nivel de significación trascendental en Las Vegas. Siempre creí que sería súper
divertido casarme allí, borracha. Pues bien, vistas las capillas, el ambiente,
la gente que está allí, creo que mi plan de casarme en la parte de atrás de una
pick-up en medio del desierto destila
mucho más glamour y es menos triste. En serio, Las Vegas es el lugar más deprimente
del universo, en muchos sentidos. Los sueños y la esperanza van allí a suicidarse,
a base de pastillas y vodka en la bañera de algún motel. Supongo que es un
sitio al que hay que ir una vez en la vida para ser consciente de lo bajo que
la especie humana es capaz de caer.
También
es verdad que puede que mi concepto de Las Vegas fuese mejor si el puto dólar que
aposté en las tragaperras me hubiera dado algún beneficio. Pero soy una mujer
impaciente, sin suerte y que no sabe cómo funciona una tragaperras. Así que me
senté en la barra a tomar margaritas por 99 centavos. La conclusión que saco de
esta visita es que apostar no es para mí y que Las Vegas está repleta de señores
que dan mucha grima (lo siento, mamá, sé que tú querías que encontrase a un
millonario, pero no había por ahí ningún Robert Redford).
Al día
siguiente me desperté fresca como una lechuga para hacerme de tirón las 4 horas
y pico de conducción hasta Los Angeles. No tengo mucho que decir al respecto,
salvo que Hollywood es un asco que se ve en 10 minutos. Pero eso yo ya lo
sabía. Era mi segunda vez en la city of
angels. Qué queréis que os diga, en la pantalla, LA parece mejor.
Si os
diese un consejo y vosotros me escuchaseis, os diría que nunca gastéis dinero
ni tiempo en visitar Las Vegas o LA. Os recomiendo, sin embargo, que hagáis una
parada en Barstow. Pero como sabemos que no me hacéis ningún caso (a pesar de
que soy mucho más sabia que vosotros), quiero creer que si alguna vez visitáis
LA o Las Vegas, al final acabareis diciendo: “Bah, pues tampoco está tan mal”.
xx
Elen
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