Friday 29 August 2014

Welcome to California


Me he mudado a California hace ya un poco más de un mes. Estados Unidos (EE.UU. o USA, llamadlo como queráis), tierra de la libertad, el pan de molde, las propinas desproporcionadas y la cerveza light. Uno se viene aquí creyendo que, más o menos, sabe a lo que tiene que enfrentarse… pero NO. Llegas aquí y te das cuenta de que no tienes puta idea. Y si se te ocurre googlear algo así como “mudarse a EE.UU.” (sí, lo he hecho) te salen páginas bizarras que te aconsejan que pasos seguir para no acabar siendo un inmigrante ilegal, lo cual supongo sea de utilidad para algunos. Gracias. Pero yo la información que buscaba era algo más simple. Cuando llegas aquí no sabes ni cómo se llama el típico supermercado. Así que pasas por delante de carteles gigantes que ponen Rite Aid Pharmacy y no se te ocurre que dentro también vendan comida.

Estoy viviendo en el Sur de California. No cerca de San Francisco. Al lado de Tijuana, México. Por favor, nótese que Alaska en realidad no está ahí abajo. Lo ponen ahí en plan Islas Canarias.

Decidí mudarme aquí en julio. Julio es el mes más caro para volar, con bastante diferencia. Pero no sólo eso, me mudé aquí el fin de semana de la Comic-Con (si no sabes lo que es eso es que eres un mustio) así que todo, TODO, estaba “fully booked”. Ni una maldita cama para alquilar en todo San Diego o pueblos de alrededor. Y ni un puto coche para alquilar. Pero tuve la suerte de que una pareja muy simpática (contacto de un contacto) me acogiese y me llevase por toda la ciudad durante el fin de semana visitando pisos de alquiler. El karma debería devolverles algo muy bonito… como un árbol de gominolas o una cesta de cachorritos.

Y esto me lleva a empezar explicando mi primer trauma: las AGENCIAS INMOBILIARIAS. Malas como cagar y vomitar al mismo tiempo. O una canción de Kesha.
Podría pararme a explicaros cómo son esos seres que trabajan en las agencias, pero en lugar de eso, dos palabras: Lionel Hutz (en su momento "agente inmobiliario". Los Simpsons son un documental de la vida americana).


Pues bien, esos seres empiezan a contarte rollos de que no están seguros de si podrán alquilarte el piso, porque claro, eres extranjera y no tienes “credit history” (un concepto maravilloso que aparecerá en tus pesadillas durante los primeros meses de tu vida americana y que ya explicaré algún día) pero, aún así, te sacan un papel llamado “application form”. Tienes que darles las gracias, pagar la gilipollez que te pidan por la application form (que suele ser un precio muy aleatorio que cada agencia establece basada en ningún criterio y que yo he visto variar desde $15 a $65) y rezar para que te consideren “fiable”. Porque, sí, aquí el alquilar un piso es casi un favor que te hacen dejándote vivir ahí. Da igual que seas tú el que esté pagando $1200 al mes por vivir en una casa hecha de chapa okume. Después de un rato de misteriosas llamadas al reino de Narnia, te dicen: “Oh! Qué genial es todo. Como nos has demostrado que tienes un trabajo estable te aceptamos en nuestro super complejo Polly Pocket. Pero como no tienes “credit history” lo único que tienes que hacer es pagar un depósito exorbitado y dos meses por adelantado. Y tienes que hacerlo YA porque tengo una lista de 20 personas esperando por este apartamento”. Pues bien, como es comprensible, yo que había llegado dos días antes, aún no tenía en mi poder $5000 para darle a aquel caballero con problemas de sudoración incontrolada. Al final y después de ver muchos pisos, aguantar a agentes inmobiliarios realmente enervantes y desagradables (en todos los sentidos) encontré un par de chicos que buscaban una housemate. Y punto final. Así murió mi idea de buscarme un piso para mí sola porque “ya después de llevar compartiendo piso 7 años, me apetece dejar de compartir”. Lo bueno de estar compartiendo piso (OTRA VEZ):


1.       No he tenido que gastarme una pasta en comprar muebles. Porque aquí el 90% de las propiedades se alquilan desamuebladas. Y no he tenido que lidiar con ninguna compañía de internet, electricidad, etc… porque todo estaba hecho.

2.       Vivo con dos americanos. Nunca es fácil conocer gente autóctona del sitio al que te mudas. Vete tú a saber por qué, pero hacer gueto siempre resulta mucho más fácil, aunque no mole mucho. Y es muy útil tener a alguien tan a mano que sabe cómo funciona EL SISTEMA.

3.       Al alquilar con más gente no te piden depósitos más altos, ni meses por adelantado, ni chorradas de ese estilo. Si he tenido que pasar por una “application form”. Pero mi housemate se encargó de eso… y yo tampoco pregunté más.

Así que vivo en una casa, en el desierto, en un vecindario que bien podría ser el del cuñado de Walter White, con dos americanos. Pero ninguno es republicano ni guarda armas de fuego en la caja de los cereales.

Las vistas desde mi jardín.


Y antes de dejaros, comunicaros unas verdades que he aprendido:

1.       La gasolina es muy barata. Los coches NO.
2.       La gente no va por la calle pegando tiros ni presumen de las armas que tienen en casa.
3.       Es posible comer sano. También morir de obstrucción arterial en una semana.
4.       En la playa, nadie es obeso.
5.       Todo el mundo hace surf.
6.       Todo el mundo va a intentar estafarte.

I’ll keep you posted.


Love 



Elen